Todas las ciudades del mundo tienen alma y un color singular que las esencializa y, además de impregnar de una pátina especial la luz de sus parques, el aire de sus calles, el ancho rumor de sus largas avenidas, imprime carácter a su paisaje humano (ahora hablo de Córdoba), a la gente que camina, disfruta su espacio y lo respira en libertad mientras pisa a diario el crujido azul de un cielo que, a veces, descansa encima del asfalto, sobre el silencio añil de las aceras y las piedras tendidas entre poéticos edificios. El color de Córdoba siempre fue el azul, "celeste Córdoba enjuta", el tono limpio de un cielo posado en su indómita Trassierra y en el corazón febril de una Mezquita ceñida intemporalmente a tres culturas que en esta ciudad tuvieron sus cimientos e hicieron otrora de ella un núcleo urbano abierto a la filosofía, a la poesía, a la medicina, al arte, al pensamiento. Pocas ciudades poseen como Córdoba un historial cultural tan dilatado; sin embargo, recientemente, en los años últimos (el periodo que va de 2011 al 2015) la cultura, no solo a nivel de capital, acabó siendo enterrada en el olvido. Ahí, en ese agónico cuatrienio, hostigado el ambiente sociocultural por el torpe timón de un gobierno austericida, Córdoba destiñó su tono azul y lo cambió por el gris de una postguerra que, en algunos momentos, vimos rediviva en distintos eventos celebrados sin pudor en la hermosa ciudad de las Tres Culturas, algo que solo una década o dos antes, uno creía inviable e imposible.

El problema de esta ciudad y esta provincia (supongo que ocurre lo mismo en toda España) es que algunas personas confunden la cultura con el rancio folclore, el turismo más casposo y la exhibición de algunos monumentos cuya visión ofrecen empaquetada junto a danzas patéticas y ofertas gastronómicas que más que a cultura huelen a costumbrismo añejo, a espuria política y patético negocio. Para algunos Cultura es incienso y procesiones, plomizos desfiles y el beso a una bandera que, según sus creencias, sólo pertenece a ellos; no en balde se nombran salvadores de la patria. La cultura, ya digo, es para ellos algo difuso donde se mezcla el folclore más ramplón con la fiesta anodina y el aroma beaturrón que despiden desfiles y procesiones que aún mantienen el sabor de esa España de charanga y pandereta que con tanto tino y gracejo dibujó el maestro Machado en sus versos inmortales. Lo que ellos llaman Cultura es superstición, turismo anodino, arte pseudo escultórico dorado de incienso, tallas de purpurina, arcano fervor guerrero, exaltación de valores patrióticos con marchas militares como vimos hace sólo unos años en una muestra o desfile que sucedió, con el boato propio de otros eventos ya pretéritos, a sólo unos pasos de Diputación, bajo un cielo no azul, sino gris, triste y plomizo, como aquellos lejanos de los días infantiles con charcos de barro a la hora del recreo y manos alzadas frente a un sol de regaliz.

En los últimos cuatro años, por desgracia, a nivel provincial sobre todo, la Cultura retrocedió tres o cuatro décadas: eventos significativos y singulares como muestras de cine, simposios literarios, muestras itinerantes de teatro, encuentros de música pop itinerante, ayuda a los colectivos populares, publicaciones de libros de poesía, de teatro y de cine, recitales y coloquios, desaparecieron gracias a la labor de quienes llevaron las riendas culturales, a nivel político, en la Diputación de Córdoba. Otro tanto ocurrió en el Ayuntamiento cordobés, aunque en este caso no fuera tan visible, gracias a que se siguieron celebrando eventos de altísima talla cultural, por suerte ya consolidados en la ciudad, como, por ejemplo, El festival de la Guitarra, Cosmopoética o la Noche Blanca del Flamenco.

Es triste reconocer que en cuatro años la Cultura de Córdoba retrocedió unas décadas. Pero ahora que el cambio se produjo al fin y se abren de nuevo interesantes perspectivas, cuando ya la ciudad no es tan lejana y sola, es preciso decir lo que antaño sucedió para que nunca vuelva el color gris de un cielo oloroso a posguerra, a naftalina, que hirió sin remedio la sensibilidad de quienes amamos el maravilloso azul que alegra las calles y los parques de esta mágica ciudad que recuperó su luz unas horas después del "24 M" 2015, volviendo a ser la "celeste Córdoba enjuta" que en su día dibujó Federico García Lorca con un puñado de versos diamantinos.

* Escritor