Quizá por sobreactuación de algunos agentes sociales y núcleos políticos, lo cierto es que las aguas del siempre rentable turismo cordobés bajan hodierno un punto tumultuosas. El Mercado, cualquier mercado con minúscula o mayúscula exige para su buen regimiento calma y apacibilidad. Una prueba incontestable de ello es lo anotado en estas últimas semanas en la incomparable, deslumbradora ciudad de los Abderramanes, que la gobernaron por sí o personas interpuestas o delegadas con puño de hierro, a despecho de tolerancias y «encuentros» más o menos mistificados.

Pero, en realidad, no hay peligro alguno de extravío o descarrilo de la senda que tan acertada y perseverantemente supieron construir en la actualidad reciente las mujeres y hombres de las Administraciones franquistas y comunistas, hermanados por el amor a la urbe en que tuvieron el privilegio de nacer. Incluso en pleno estío, con temperaturas de ordinario urentes, la antigua ciudad califal sigue trasmitiendo incesablemente los mensajes desprendidos de su envidiable historia y majestuoso patrimonio cultural. Por fortuna, el censo de sus inigualables cantores no concluyó con el gran duque de Rivas, el impar García Lorca o el mayor de los Machados en edad, sino que se ha prolongado venturosamente hasta el presente más estricto, con una auténtica y refulgente pléyade de jóvenes y maduros poetas, entre los que el articulista no dudaría en poner en cabeza al clásico, y no obstante muy vanguardista, Carlos Clemetson, descubridor singular, a mayor abundamiento, de las claves últimas de los infinitos secretos estéticos y culturales de la urbe de sus insomnios y luchas a brazo partido con varias de las musas a fin de entregárselas a sus conciudadanos.

Sus mensajes, queda dicho, son múltiples, casi infinitos, aunque todos nucleados por la belleza arquitectónica y paisajística --fuerza, armonía, diversidad--, de difícil parangón con ninguna de las urbes que protagonizaron y escribieron en primera persona los capítulos más trascendentes de la historia de mujeres y hombres bajo cualquier sol y cualesquiera lunas.

Ya avanzado 2017, en angustiosa espera de una de esas voltaneras y trágicos laberintos de los que España semeja poseer el secreto, el muy plausible esfuerzo filial de un descollante y profesional cultor de la fotografía, Ladislao Rodríguez, lleva a las librerías y al público uno de los últimos, en el tiempo, y primero en la calidad de los testimonios gráficos del caudal en verdad inexhausto de las riquezas artísticas y antropológicas de la antigua capital califal. ¡Un momento, por favor! Centenario de un fotoperiodista. Ladislao Rodríguez Benítez (1917-2017), libro editado por el admirable Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial con material extraído fundamentalmente del Diario CÓRDOBA, recoge en sus anchas páginas más de medio siglo del ayer reciente cordobés y compone un texto y una documentación sin los que los futuros estudiosos y gozadores de la incomparable urbe se verán privados de un material insustituible. Pues, ciertamente, no hay instante de la vida cuotidiana o de la oficial de miles de sus días más cercanos a la mirada del espectador que no se hallen rescatados del olvido por un fotoperiodista de tremente sensibilidad y querencia desapoderada por su tierra. Escuelas, cosos taurinos, bares, iglesias, cines, cuarteles, estaciones de trenes y autobuses...

Y todo envuelto en la humanidad más palpitante --aulas, procesiones, desfiles, bodas, entierros, palacios y cuchitriles, Manolete, Fleming, El Cordobés, don Manuel Gómez Aguilar, el doctor don Enrique Luque...--, y todo, absolutamente todo, con un paisaje al fondo sin igual en el mundo: la Mezquita y el Guadalquivir.

*Catedrático