Me dice un amigo en el bar, a esa hora en la que (casi) todos nos descubrimos, que yendo con el corazón abierto la vida cobra otro sentido. Es lo que viene pensando en alta voz el Papa Francisco, que se le nota, y empieza a ser un escándalo en un mundo en el que manda la impostura. Los reyes de las finanzas se retratan en semicírculo algo temblorosos porque no saben si con lo de Podemos van a tener que recular al país más pobre de Africa a montar allí su fábrica-explotación donde por dos cochinas pesetas, es un decir, pueden seguir multiplicando sus ganancias hasta el éxtasis de ser carne de la revista Forbes y mantenerse en la lista de los más influyentes del mundo. La verdad es la verdad y no debemos esconderla, dice el Papa Francisco, que le ha puesto duchas a los mendigos que van al Vaticano en busca de alguna verdad, que no hay muchas. Y encima dice --el Papa, que es la única novedad en esta monotonía de pensamiento-- que eso de que los curas cobren por implorar a Dios en bautizos y entierros no está bien, que es algo así como la simonía, hacer negocio con las cosas sagradas. El pensamiento del Papa de ahora es la única noticia que nos redime de tanto ruido como producen la injusticia de los desahucios, el versallesco folletín del pequeño Nicolás o el ya corregido sinsentido que suponía que a tu monumento le borren su esencia --la Mezquita-- en Google maps y el Ayuntamiento se mostrara como un Don Tancredo, que parecía no sentir ni padecer ante la afrenta de ver cómo alguien se toma la libertad de tomar el nombre de la ciudad a la que representas en vano. Dice mi amigo que yendo con el corazón abierto la vida cobra otro sentido. Debe quedar poca gente que camine así. Los políticos, aunque no sean corruptos, están siempre echando cuentas de cuándo les toca que les voten, por lo que casi no te crees nada de lo que te proponen. Los empresarios (ahora emprendedores) lo único que buscan es un espacio donde sacar mayor partido a su capital, aun a costa de explotar a la humanidad. Y mucha parte de la religión habla un idioma que nadie entiende. Por eso encontrar a una persona como el Papa, que se sube a los estrados del poder en el centro de Europa y llama a las cosas por su nombre es, como dice mi amigo en el bar, a esa hora en que (casi) todos nos descubrimos, sentir en las propias carnes que yendo con el corazón abierto la vida cobra otro sentido. ¿Qué pensará en alta voz el corazón del Papa sobre la Mezquita y Medina Azahara? Desgraciadamente sabemos lo que piensa sobre algo que se escondía en los alrededores de la Alhambra.