Hartos estamos casi todos --siempre hay alguna excepción-- los vecinos de las viviendas aledañas al Parque Juan Carlos I de los cientos de palomas que han convertido en su feudo las terrazas, toldos, tejados, farolas y anuncios en voladizo de las calles Antonio Maura, Albéniz, López Huici, Vázquez Aroca, etcétera, dejándolos hechos un asco con sus corrosivos excrementos.

Los "hábitos cariñosos" de algunas personas, echándoles comida a todas horas, han alterado su ciclo reproductivo, que hoy no existe, hasta convertirlas en una plaga. (Por cierto, que en muchas ciudades españolas está prohibido y sancionan con multas a quienes les dan de comer).

Nuestra impotencia es manifiesta frente a la osadía de estos pájaros. Como no poseo el dinero que el Rectorado de la Universidad de Córdoba se gastó en instalar una red eléctrica disuasoria, me he visto obligado a colocar artilugios con espinas en mi terraza, parecidos a las concertinas fronterizas, para intentar evitar que volviesen a entrar en las habitaciones. Ahora no se cuelan, pero ya no puedo disfrutar de la misma, porque peligra mi integridad física si me apoyo en la barandilla.

Hace bastante tiempo observé a unos funcionarios municipales, quienes venían de vez en cuando al Parque y se las llevaban. Pero la penuria de las arcas municipales debió acabar con dichas actuaciones.

Por ello, desde esa impotencia que he mencionado, solicito a Sadeco, o al organismo que lleve el control de estos animales, una intervención eficiente similar a la que realizaban periódicamente, retirándolas y reduciendo su número a una presencia testimonial.

Gonzalo Sánchez

Córdoba