Hay temas que siempre están sobre el tapete. Uno de ellos, por ejemplo, el de la comunicación y el de la interrelación. ¡Qué campo tan inmenso, casi infinito, el de la comunicación! Los dirigentes políticos suelen quejarse con frecuencia de que «comunican mal», de que lo bueno o lo mejor que hacen «no saben transmitirlo». En el caso de los matrimonios, los problemas de la comunicación son, en ocasiones, más graves que los del amor. Y casi siempre, el amor se deteriora por falta de una buena comunicación. Y esa comunicación, a fin de cuentas, tiene mucho que ver con las intenciones y las metas de cada uno. A veces, acertamos en las metas, pero no en los medios para conseguirlas. A veces tambien, los medios son los adecuados, pero el fallo reside en las metas. Hace poco leía que lo que las mujeres piden hoy a los hombres es, ante todo, conversación. Así, en un sondeo reciente de un diario francés, entre las tres opciones que se presentaban --tener sexo, caricias o hablar-- las preferencias de los hombres seguían este orden, mientras que las mujeres dejaban el sexo en último lugar y situaban la conversación en el primero. «¿Saben de verdad los hombres cómo seducimos?», se preguntaba una escritora. Y contestaba: «Sin conversación no hay seducción posible y solo la palabra descubre esa sabrosa complicidad entre los dos amantes. Esas palabras van tejiendo día a día el descubrimiento del otro y la identidad de nosotros mismos. Los hombres y las mujeres tenemos muchas cosas que decirnos y no necesariamente en camisón y pijama». Cuando le preguntaron a Sartre por qué se había hecho escritor siempre respondía: «Para seducir a las mujeres». Pues, ya se ve que la vía más atrayente es la palabra, la conversación. Quizás porque el gran asunto de los seres humanos es esa especie de relación enigmática y a menudo conflictiva que les une, que llamamos amor o deseo, y que no siempre van de la mano.

* Sacerdote y periodista