Siento un gran respeto por todas aquellas personas que destacan en alguna faceta de la vida, ilusionándonos, siendo un ejemplo a seguir como deportistas, pensadores, médicos, educadores, bomberos, políticos (que alguno habrá), músicos, actores y sobre todo personas que destacan por su gran humanidad habiendo realizado alguna acción heroica o demostrándolo con su día a día en su vida, sobre todo en beneficio de la humanidad.

Todos tenemos nuestros defectos y virtudes que nos hacen conformar nuestra personalidad, y que a través de ella podemos influir positiva o negativamente en otras personas (y sobre todo niños) que se fijan en nosotros como ejemplo, por lo que debemos cuidar nuestros actos negativos que les pueden influir para mal en sus vidas.

Hablando en este caso de deportistas, no todo es bueno o malo en ellos, por lo que debemos diferenciar lo positivo de lo negativo, para venerarlos e intentar emularlos en lo positivo y criticarlos y repudiar lo negativo que pudieran tener. Así, algunos son buenísimos en su deporte pero tienen algunos defectos, como los que intentan fijar su residencia fuera de España para pagar menos impuestos, quienes tergiversan su ficha o sus sueldos para defraudar a Hacienda, quienes se dopan para rendir más haciendo competencia desleal, o los que necesitan una cura de humildad, que por desgracia son muchos de los que destacan en alguna faceta y se deshumanizan.

En este último caso se encuentra el señor Ronaldo, que el sábado, y debido a su incapacidad por el mal partido que jugó, no sólo lo pagó propinando golpes a jugadores cordobesistas, sino que retirándose al vestuario en actitud prepotente se limpiaba el escudito de campeón del mundo ninguneando a Córdoba (ciudad que se vanagloria por su tolerancia entre culturas) y a su afición. Virtudes deportivas tendrá muchas, pero qué gran diferencia en virtudes humanas con respecto a tantos muchos deportistas de los que nos sentimos orgullosos.

Hay que ser humilde como Sócrates, que siendo uno de los grandes sabios de la Antigüedad, decía: "Sólo sé que no sé nada". Ahí está la verdadera grandeza.

Manuel Reina Carmona

Córdoba