Apenas «hubo reacciones en la capital de la primera potencia, mientras el Gobierno ruso callaba en plena celebración de la Pascua ortodoxa», escribía Ricardo Mir de Francia sobre el impacto que había causado la desclasificación de los informes de los servicios secretos estadounidenses. En ellos se apunta directamente a Putin de ordenar un cibersabotaje para influir en las elecciones de EEUU. Una campaña para denigrar a Hillary Clinton y socavar la confianza de los ciudadanos en el sistema democrático... Y Donald Trump ganó. La calma chicha en Washington y Moscú no deja de resultar inquietante ante la gravedad de la situación.

Solo queda pensar que todo es apariencia y que, de un modo tan oculto como se desarrolló el sabotaje, se está fraguando o se está llevando a cabo la revancha, la corrección o lo que sea. En cualquier caso, una auténtica batalla por el poder librada en los invisibles e impalpables campos tecnológicos. Como si la guerra de sangre y fuego, de bombardeos y hambre, hubiera quedado relegada a los pobres, convertidos en dolientes rémoras del pasado.

El problema es que, si no hay campos de batalla ni ejércitos visibles, quizá todos ya estamos combatiendo de algún modo. Soldados sin uniforme y, quizá, sin conciencia siquiera de estar en una guerra. Solo perfiles tecnológicos vulnerables a la voluntad de cierto poder. Entonces, surge la duda más inquietante: ¿En qué bando estamos?

* Escritora