El pasado domingo asistí con unos amigos al espectáculo brillante y sorprendente que supone visitar la Casa de Sefarad y que su dueño, Sebastian de la Obra, ese lujo de ciudadano del mundo que inexplicablemente ha decidido hacerse ciudadano de Córdoba, nos explicara las maravillas que esconde un museo y centro cultural cien por cien privado, que no solo resulta una rara avis por ello, sino por los secretos y tesoros que encierra.

Descubrimos embelesados tantas cosas que forman parte de nuestro pasado, de nuestra cultura y de nuestra genética que el asombro y la fascinación pronto asomaron a la cara de cada asistente a tan privilegiada visita.

¿Saben ustedes por qué le decimos a alguien que no nos gusta, o que nos está molestando, «vete a tomar morcilla»? Tal expresión pronunciada aún hoy proviene del pasado de nuestros sefardíes, obligados de manera despreciable a tener que hacer el ejercicio público de comer sangre para visualizar de manera indubitada que habían renunciado al judaísmo.

Resulta que las mismas coplas que durante siglos han cantado los sefardíes, primero en Córdoba y después durante siglos en cualquier rincón del mundo sin renunciar a su riquísima lengua judeoespañola, son melodías que pronto algunos reconocimos de nuestra infancia.

En la escalofriante sala dedicada a la (¿Santa?) Inquisición, esa institución sanguinaria de la que su Tribunal en Córdoba fue de los más crueles, descubrimos atónitos un auténtico sambenito. Aparte de la frecuencia con la que se pasaba de la sospecha a la condena a muerte, practica que siglos después sigue muy en vigor aunque no terminemos en la hoguera, los condenados como herejes sufrían una pena mucho mas cruel que la propia muerte: colgar a la puerta de su casa el sambenito, el sayón corto y blanco con una cruz en el pecho y bonete puntiagudo que se les ponía al ser sentenciados, marcado con el delito cometido y la pena que se le había infligido y hacerlo nada más y nada menos que durante cuarenta años para que su familia «viviera» a su muerte el escarnio diario de semejante lacra... ¿Se imaginan?

Han pasado siglos y siglos pero aún hoy además de conservar comidas, costumbres, palabras o melodías, seguimos siendo expertos en colgarle el sambenito al vecino...

¿Se reconocen? Lo de «tirar de la manta» será otro día...

* Abogada