Desde hace ya unos años, cualquier documento de trabajo sobre el futuro más o menos inmediato destaca invariablemente la importancia que han adquirido, y están adquiriendo a una velocidad casi de vértigo, las ciudades. La evolución de las ciudades como el auténtico centro y corazón de nuevas sociedades; las smart cities --ciudades inteligentes-- en las que confluyen elementos como la educación, la tecnología, el desarrollo sostenible, energético y de infraestructuras, la participación social y la gobernanza entre otros (dependiendo la suma o resta de estos elementos de diversos factores como la localización, la estructura económica, los niveles de pobreza y exclusión social, etc, etc, etc).

Al margen de la discusión sobre las smart cities , la precisión y prioridad de los conceptos que la definen y su relación más o menos intensa con la realidad o el marketing, lo cierto es que en las grandes estrategias públicas, las ciudades ocupan un lugar absolutamente clave. Por ejemplo, en la Estrategia 2020 de la Unión Europea.

Así, en el documento sobre crecimiento del programa, se dice literalmente que "es responsabilidad de todos los niveles de gobernanza conseguir que el potencial de las ciudades y de las aglomeraciones urbanas se pueda explotar por completo en beneficio de todos los ciudadanos europeos. El futuro de Europa depende de nuestras ciudades del Mañana". La última palabra, con mayúsculas.

No obstante, todo parte de un principio irrebatible: la colaboración. Si no hay colaboración, entendida esta como la disposición a aportar en beneficio del conjunto con los recursos posibles, la dificultad para desarrollar ese potencial al que se refiere la UE será grande y el tiempo, como las expectativas, se pierde con una facilidad pasmosa.

Una de las enseñanzas que más claras ha dejado esta profunda crisis es la necesidad irrenunciable de replantear de verdad las gobernanzas y recomponer las arquitecturas institucionales. En lo local, por principio y por lógica. Y no por el cambio en sí mismo, convertido cada tres o cuatro años en una excusa perfecta, sino por el avance de la propia sociedad.

El concepto de smart city --ciudad inteligente-- ha devenido en el de smart society --sociedad inteligente-- que avanza sobre varios de los elementos antes citados, la educación, la tecnología, el desarrollo sostenible, energético y de infraestructuras, la participación social y la gobernanza entre otros.

Precisamente, el replanteamiento de la gobernanza pasa por la colaboración y la recomposición de las arquitecturas institucionales pasa por la colaboración. Amagar con gestos nuevos y mantener viejos esquemas no es pragmatismo. Es puro inmovilismo. La colaboración, que sí es cambio, es presente y Futuro.

* Periodista. Universidad Loyola

Andalucía