Estamos asistiendo (oh, qué jodidamente periodístico suena eso, pero lo diré), asistiendo al mayor retroceso intelectual de la historia. Porque si la base de toda evolución personal es darse cuenta de que el mayor enemigo reside en uno mismo, lo que ahora se lleva, todos esos «no me arrepiento de nada» o «ante todo, sé tú misma», o el producto estrella: «yo no soy tonto», chocan con la base del archifamoso «conócete a ti mismo». ¿Y cómo conseguir esto sino es a través de los demás? Por ejemplo: Tú, sí tú, que la has cagado toda tu puta vida porque has elegido mal, confiado y desconfiado en mierdas y de buenas personas, respectivamente; tú, que tienes la intuición en el culo (precioso, por cierto), y te aferras al primer listo y luego vas y lloras. ¡Aprende, hostia! Crees tener uno de cientos pájaros (nunca mejor dicho) en la mano, y se va, como todos, cuando te ha chupado la sangre, y vuelves a llorar (bueno, ya ni lloras). ¿No sabes ya que la vida es una lucha? Pero una lucha contra uno mismo. Decirse «no me arrepiento de nada» es revolcarse con pleitesía en los propios errores, creerse un Dios que no existe, someterse a los propios defectos de fábrica, que suelen ser varios e insalvables. Gente libre, «independiente», oh, sí, durmiendo sola una vez más, no deja que nadie critique su «yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré». Adelante, hijo, precipítate al acantilado de tu maestría. Lo sabes todo, al parecer. Qué bien lo dijo tu madre: «me lo ha estropeado, la guarra esa». Anda, vuelve a casa, con «tu gente», aquella que aguanta tus «prontos». Ahora presumes de doscientos mil amigos online, que te apoyan sin saber quién eres, cómo te las gastas contigo mismo y los demás. No te preocupes, no estás sola: millones de aburridos de la vida comparten lo que dices, incondicionalmente: la culpa es siempre de «otro», y ellos, otros, enemigos de sí mismos, así lo repiten.

* Escritor