Algunos fieles lectores del anciano cronista recordarán quizá su alusión a un viejo y bienhumorado clown de la tan hermosa artísticamente ciudad en que el articulista habita. Muy preocupado este por la prolongada ausencia de aquel del rincón en que planta matutinamente sus parvos reales, ha tenido la enorme satisfacción de reencontrarle ha unos días atrás con una significativa y conmovedora innovación en su minúsculo campamento. Una relativamente anchurosa bandera española cubre airosamente los enseres mínimos --una escudilla y una pequeña batea-- de su atrezzo y al mismo tiempo da sombra amiga --en este otoño andaluz todavía no se ha marchado la canícula-- al simpático y famélico perrito que custodia toda, en verdad, la muy valiosa mercancía... Interrogado al desgaire el prestigioso galeno que, aparte de las de insustituible médico, hace las veces de informador puntual de las vicisitudes cuotidianas del barrio tal vez más bello de España (¡envidiable y prodigioso record!), le ha noticiado que el anciano clown fue en su ardorosa juventud miembro de esa Legión Española que ahora se apresta a celebrar su primer centenario. Ante la excruciante incomparecencia de un mínimo sentir patriótico y auténticamente nacional en los momentos quizá más angustiosos de la identidad de nuestro pueblo, el gesto del siempre externamente risueño cómico no puede por menos de impactar a sus apresurados observadores.

En los antípodas social y caracterológicamente se encuentra en su senectud otra persona muy estimada por el cronista. Aragonés del Somontano y, por ende, doblemente español, antiguo y precoz seminarista, brillante licenciado en Ciencias Políticas en el lugar y tiempo en que cursaron los mismos estudios las cohortes de exministros psoístas que protagonizaron en primera persona etapas claves de la bienaventurada Transición e igualmente varios de los prebostes del movimiento del 15M y su principal decantación parlamentaria, goza hoy de su bien trabajada jubilación. Atento desde su retiro abulense a los sucesos del día, le confesó no hace mucho al articulista que el pasado 1-Octubre le provocó el primer llanto de su vida adulta. Fallecidos sus padres en tiempos de avanzada ancianidad y preservado hasta la fecha de grandes pérdidas y catástrofes de familiares y amigos íntimos, el desgarro del antiguo Principado --porción esencial y entrañada de la venerable Corona de Aragón-- produjo unas lágrimas desconocidas por su rostro desde la niñez... Responsable a pie de imprenta durante 30 años del Servicio de Publicaciones de unos de los organismos estatales de mayor presencia y trascendencia en la vida cultural del país --con cotas a menudo de insuperable excelencia--, siguió pedisecuamente la edición de varios de los libros de la elite política e intelectual de la nación. Sus peripecias --a menudo inimaginables en cualquier ámbito hispano del citado menester-- le permitieron contactar estrechamente --no hay nadie más anheloso que un autor novicio...-- con catedráticos, ministros, académicos --sobre todo, de las corporaciones madrileñas...--, magistrados, elevados funcionarios de las más encumbradas esferas estatales y demás integrantes de la minoría dirigente de la Nación--Estado española desde sus muy lejanos orígenes hasta el más riguroso presente. Alineados en sus filas y no infrecuentemente con rasgos peraltados figuraron y figuran numerosos catalanes, de cuyos representantes de las generaciones más jóvenes atesora nuestro personaje incontables y bien expresivas anécdotas, bien pocas, por cierto, atañentes a la sedicente desafección hodierna de Cataluña y sus gentes.

Hoy todo ello ha pasado. Solo queda el amor profundo, hondo inextinguible de los hombres y mujeres del buen pueblo español por una patria que no conciben sin la pertenencia en paz y superación de Cataluña.

* Catedrático