Dos años después de las elecciones municipales, es buen momento de evaluar si se han llevado a cabo transformaciones importantes en la ciudad y, al tiempo, si en todas las esferas (la política es una de ellas y no la más influyente, me temo) se están produciendo cambios, hay dinamismo o no avanzamos.

La influencia del Ayuntamiento en el desarrollo local está muy limitado, especialmente por la legislación derivada de la reforma del artículo 135 de la Constitución en favor de la deuda y en detrimento de los servicios públicos, aunque otros gobiernos locales están forzando este corsé al límite y desafiándolo.

De esta forma, en nuestra ciudad la acción política vive dentro de los límites de lo posible, y en una forma muy tímida. Cuando se desafía lo posible, se hace de forma retórica y buscando más lo electoral que otra cosa. Contamos con un gobierno municipal, en minoría, al que se le notan las costuras internas cada vez más, y que empieza a mover la cabeza de la foto y la estrategia para las próximas elecciones demasiado pronto, especialmente a la izquierda, y que en la célebre fórmula de eficiencia y equidad ha puesto en marcha y obtenido más logros en la segunda cuestión pero que muestra poca capacidad de dinamizar la ciudad de forma eficiente, sin grandes proyectos a la vista y con fiascos (heredados en gran parte) como el Centro de Convenciones o los graves problemas de continuidad de Rabanales 21. Frente a él, una oposición a verlas venir, que apenas propone nada y que espera los fracasos ajenos. Parece necesario un refuerzo del liderazgo municipal y aparcar cualquier disputa interna, continuando con el diálogo social, bien valorado, pero tomando decisiones en plazos razonables. Para eso vota la ciudadanía.

La economía sigue estancada, con unos índices de paro insufribles, emigración creciente, especialmente en los tramos de 30 y 40 años, muy dependiente de lo público y del aumento del turismo, repuntando la tentación rentista (alquileres y apartamentos turísticos, por ejemplo) con altos índices de precariedad y muchos obstáculos a la creatividad y la innovación, donde los mercados están cautivos de unos pocos (caso de los hoteles) y con una distribución de la riqueza muy desigual, incluyendo «guerra de guerrillas» entre sectores empresariales.

Y al fin, una sociedad cordobesa que parece una foto fija en muchos sentidos y que recuerda a aquella magnífica obra historiográfica del profesor de la UCO Enrique Soria, El cambio inmóvil, una sociedad poco permeable a la movilidad, donde el origen social sigue marcando capas que no se suelen comunicar demasiado entre sí y donde el diálogo y la comunicación entre ellas se está abandonando. Llama la atención el esfuerzo de «reconquista» influencia social que está llevando a cabo la Iglesia Católica en forma arrogante y la zona de confort de sectores de izquierdas que aunque con justas reivindicaciones prefieren los lugares seguros y el reforzamiento de su identidad y que no acaban de conectar con la mayoría de la ciudad, perdiendo capacidad de influencia.

Y, además, una cultura que trata de avanzar, pero que choca con el relato que la ciudad hace de sí misma: Córdoba no se ha creído la contemporaneidad, y el peso de la historia quizás impide que lo haga, y así la creación encuentra todo tipo de trabas, administrativas, políticas, económicas y sociales. En este contexto, nuestros creadores se exilian y el panorama local se empobrece.

Es necesario hacer una transición a otra ciudad posible, aprovechando como oportunidad las crisis y riesgos que se ciernen y poner en marcha un modelo de desarrollo económico y social propio. Una transición ecológica, con operadores propios de energía, introducción progresiva de la agroecología en nuestros mercados y circuitos y en la exportación, apoyando fuertemente el comercio cercano y las pymes locales, y a la economía social y cooperativa, como forma de relocalización frente a la deslocalización de la economía, las franquicias y las grandes superficies, con menor huella ecológica y haciendo de Córdoba una ciudad puntera en movilidad sostenible o poniendo en marcha un centro de investigación sobre agua y cambio climático, estratégico. Una transición social, donde se busque una economía que beneficie a las personas y les dé seguridad de una vida digna, tanto por la sociedad como por las administraciones. Una transición cultural donde la creatividad sea signo distintivo de la ciudad, apoyada en una historia y patrimonio que ha de reinventarse no únicamente para el turismo, y donde la sociedad y los poderes públicos ayuden a crear un ecosistema de ciudad creativa que atraiga talento e innovación y no deje escapar a nuestra gente.

Una ciudad posible, sí. Tenemos las condiciones y sobran los eslóganes y las batallitas políticas, empresariales o sociales y falta dedicación al bien común de una ciudad con un potencial equivalente a su belleza. Nunca es tarde.

* Profesor y vecino de Córdoba