Abrió el pasado mes de diciembre, y lleva ya contabilizados cerca de cien mil visitantes. Hablo del nuevo Museo de Málaga, con sede en el recién rehabilitado Palacio de la Aduana, todo un lujo para los sentidos que representa sin duda un referente y un modelo para Andalucía. Situado en pleno corazón del casco histórico, frente al puerto y al lado mismo de la catedral, la Alcazaba o el teatro romano, es otro más de los recursos en los que apoya la nueva imagen cultural que Málaga ha decidido proyectar al mundo. Basta pensar en la enorme remodelación acometida en el Muelle 1 (donde brilla hoy en todo su esplendor el Centro Pompidou), en el Museo Thyssen, el Museo Picasso, el Museo del Mar, o tantos otros (hasta rozar la treintena), además de en las muchas exposiciones temporales repartidas por diversos espacios urbanos, para percibir que Málaga se ha convertido por la fuerza de los hechos en una ciudad aún más abierta de lo que ya era, en la que el arte y la cultura rivalizan en importancia (o tal vez simplemente lo complementan) con el turismo de playa. Así, al bullicio habitual de una de las ciudades más turísticas de España se suman a diario grupos de niños, adolescentes, adultos y mayores, que se mueven por todos lados, entran y salen de museos y centros de interpretación, llenan de vida las calles y dan pleno sentido al proyecto y la oferta.

El Palacio de la Aduana es un edificio neoclásico de verdad espectacular, construido entre 1791 y 1829, que estuvo en su momento al servicio del puerto y el comercio; fue reivindicado expresamente hace unos años para museo de Málaga, como seña de identidad, por la propia ciudadanía, y se vio finalmente materializado como resultado de una intensa, fructífera y poco habitual colaboración entre el Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento local, con más de catorce mil metros construidos en los que además de la zona expositiva se incluyen oficinas, laboratorios, biblioteca o auditórium. Conforme a los principios más novedosos y rompedores de la moderna museografía, el recorrido comienza en la planta baja con la visita a una parte de los almacenes, un espacio pulcro, ordenado y sorprendente con el que se pretende demostrar que las piezas expuestas son solo una mínima parte de los fondos del Museo. A continuación, conviene trasladarse a la segunda planta, dedicada íntegramente a la arqueología, que abre con un entrañable recuerdo a la Colección Loring: algunas de sus piezas más señeras, y una sala introductoria en la que, con la única ayuda de grandes paneles pintados, un audiovisual y tres esculturas, se explica con absoluta eficacia cómo surgió la Colección, cuál fue el ambiente socio-cultural que la generó, y cómo se transformó en el primer museo arqueológico malagueño. De ahí se pasa a la primera gran sala expositiva (toda una crujía del palacio), donde ahora ya de manera diacrónica se ilustran las etapas más importantes de la historia de Málaga y provincia: desde la más remota Prehistoria hasta las colonizaciones. Es bien sabido que a principios del I milenio a.C. los fenicios, llegados desde Oriente, se rindieron a los encantos de la costa malagueña, en la que, además de numerosos asentamientos arqueológicamente bien conocidos, fundaron junto a un núcleo indígena previo Malaka, transformada enseguida en uno de los emporios comerciales más activos de la Antigüedad. La segunda sala, también enorme, recrea los pasados romano, tardoantiguo e islámico. Tal vez la riqueza de los fondos no sea excepcional, pero las carencias se han sabido paliar mediante un equilibrio perfecto entre lo que se quiere contar y la selección y disposición de lo expuesto, que concede tanta importancia al mundo de los vivos como al de los muertos. Es de justicia destacar el magnífico pulso narrativo, los recursos utilizados (son las vitrinas las que marcan el itinerario y recrean los ambientes), la belleza de las piezas elegidas y el acierto de las propuestas audiovisuales y las nuevas tecnologías.

Una vez finalizado el recorrido arqueológico se pasa a la primera planta, dedicada en su integridad a las Bellas Artes: pintura, imaginería, artes decorativas y orfebrería, que sorprenden por su calidad. Llaman la atención el trasiego de público, que en un hormigueo constante acompaña la visita, las expresiones de admiración, la curiosidad que consiguen despertar los discursos museográficos. Cuando uno vuelve a la planta baja lo hace convencido de haber visitado uno de los mejores museos de España, de que cuando las cosas se hacen bien, el público responde. Pero para ello hace falta un proyecto de ciudad, voluntad política, apoyo social, cultura, solvencia y consenso. Todo eso de lo que, por desgracia, andamos tan escasos en Córdoba.

* Catedrático de Arqueología de la UCO