Rafael Mir publicó el mes pasado en este periódico un interesante artículo en el que, tras referirse a los sobrenombres que suelen tener las grandes ciudades del orbe, concluyó con esta propuesta: "Que en la explanada de la Estación del AVE, bien a la vista, bien grande, bien diseñada, se coloque una placa vertical de bronce o hierro forjado que para recuerdo de viajeros y paseantes sencillamente diga: Córdoba, ciudad de la Mezquita". Nos adherimos a la idea con entusiasmo y, en su línea, proponemos que dicho recordatorio se sitúe en el lugar actualmente ocupado por el estanque que, desde hace más de un trienio, permanece vacío, verdinoso e impresentable, sin que nos valga la información de que el hecho se debe a las filtraciones que había en el túnel del ferrocarril. Peregrina explicación si consideramos que, cuando llueve, se origina un gran charco y que los trenes circulan sin problemas bajo el Canal de la Mancha. Bueno, a lo que íbamos. Además de ser solidarios con la idea expuesta, pensamos que la propia Estación, la cual carece de nombre propio, podía llamarse, también, Ciudad de la Mezquita, pues Córdoba no tiene personaje alguno con un atractivo universal tan extensamente reconocido como el que posee el singular monumento, capaz de servir, con solo nombrarlo, para identificar a una de las pocas "Ciudades de Destino" --Arnold Toynbee-- que existen en la Tierra. Nos agradaría que, mientras los cordobeses degustan caracoles a dos carrillos, opinaran sobre el tema. Podría ser, si hay abundante participación de la ciudadanía, una controversia creativa, como, por ejemplo, la vivida en la floreciente Florencia de los Médicis, que concluyó con la victoria de Lorenzo Ghiberti, escultor, pintor y arquitecto a quien encargaron la realización de la Puerta del Paraíso que, vaciada en bronce, ha dado fama universal al Baptisterio de la catedral.

* Escritor