Una de las peores incompetencias de la que puede ser acusado un capitán es la de hacer navegar la nave en círculos por no ser capaz de encontrar el rumbo. Navegar así, además de ser inútil, es una estupidez. Pues España cuenta en su haber con cíclicos capitanes que la hacen navegar en círculos, pasó en los años treinta y ha vuelto a pasar ahora. Hemos perdido ocho años por culpa de la candidez o la idiocia de un electorado que se empeñó en dar la espalda al mejor periodo económico, social y de posicionamiento internacional de su historia reciente, y le encomendó el timón a alguien que, partiendo de una diáfana alianza heredada con el mundo occidental, ha estado tonteando de forma abstrusa con regímenes de dudosa calidad democrática, y, tras hacer el ganso al no levantarse ante la bandera de un aliado, ahora se arrastra y se entrega en el proyecto de su escudo antimisiles: eso se llama navegar en círculos para volver al punto de partida. Y, mientras tanto, se ha ido perdiendo crédito e importancia difícil de recuperar. Se partió de unos ajustes económicos brutales para sanear la economía y poder participar en el euro, a derrochar a manos llenas, a llevárselo por todos lados, a regalarlo, a dilapidar, para volver en los momentos actuales a realizar ajustes brutales para intentar salvar lo que queda. Y, como estos círculos, muchos más. Pero hay algo peor que la incompetencia del capitán, y es el silencio de la tripulación, el de los que le rodeaban y jaleaban buscando sucederle, como ahora uno quiere hacer. En El motín del Caine al final se rebelaron. Aquí no.

*Profesor