Todo está relacionado: no tiene ningún sentido tratar por separado cuestiones como las de África, el desarrollo industrial o el clima». Estas palabras no han sido pronunciadas por ningún líder de la izquierda radical. Con ellas se estrenó Emmanuel Macron en la última reunión del G-20. Su discurso no se detuvo ahí: «Las enormes desigualdades que estamos experimentando en nuestro mundo están relacionadas con desequilibrios climáticos generados por nuestros métodos globales de fabricación».

Es obvio que el presidente francés no es el primero en denunciar el perverso círculo en el que estamos inmersos, pero no deja de ser una novedad oír la crudeza de esta exposición por parte de un jefe de Estado en este foro de discusión de economía global. Pero la verdad está ahí. El cambio climático es una realidad que está afectando a millones de personas, que les expulsa de su territorio, que genera guerras por el control de los recursos, que siembra los discursos del odio. No habrá barreras que impidan la inmigración forzada. No habrá vigilancia capaz de contener la violencia. Solo la conciencia de que todos formamos parte del problema y la responsabilidad de contribuir a sus soluciones globales nos darán la oportunidad de sobrevivir. Los alambres de espinos, las vallas con cuchillas, el mercadeo de inmigrantes entre países, los tratos con las mafias tan solo añaden un poco más de infamia a la infamia.

* Escritora