En 2006 la ciudad de Chicago prohibió el foie gras . Se argumentaba que se maltrata a ocas y patos para engordar su hígado y convertirlo en una delicatessen gastronómica. Quizás usted no coma foie gras y le importe un bledo que no se pueda comer en los restaurantes o comprar en los supermercados, pero piense que siguiendo esa lógica mañana se puede prohibir la ternera, los cerdos y otros animales criados en ganadería intensiva.

En España, en 1989, fue el municipio valenciano de Petrer el primero que prohibió espectáculos, como el circo o las corridas de toros, en los que intervinieran animales. Quizás usted no ha ido en su vida al circo o a una corrida de toros, pero seguramente tendrá en su armario alguna chaqueta o unos zapatos de piel que también quieren ser prohibidos por los animalistas. Puede incluso que tenga una mascota: un perro, un periquito, una tortuga, un hurón. Pues sepa que según los animalistas es usted un explotador, un "especista" al estilo de los racistas o los machistas, alguien que discrimina y usa a los animales para satisfacer de manera egoísta la necesidad de compañía.

Parafraseando a Martin Niëmoller en su requisitoria contra el totalitarismo: "Cuando prohibieron las corridas no moví un dedo porque no me gustaban los toros. Cuando censuraron los circos con animales no protesté porque no iba conmigo. Cuando prohibieron tener mascotas no dije nada porque no tenía ni un canario. Cuando censuraron el foie gras me callé porque estaba a dieta. Cuando finalmente nos obligaron a ser vegetarianos y, más tarde, veganos nos habíamos acostumbrado a ser tan sumisos que hasta el brócoli nos pareció sabroso".

El animalismo fundamentalista se caracteriza por la preocupación por el bienestar animal, por un lado, pero también por la coacción y la censura contra todos aquellos que no comparten su programa ideológico de máximos, consistente en equiparar a los seres humanos con el resto de animales a la hora de atribuirles derechos. Si lo primero es razonable, disminuir al mínimo posible el daño infligido a los animales, lo segundo, la cruzada moralista de carácter prohibicionista, es una combinación de emociones baratas, irracionalismo político y estupidez ética que debemos denunciar y rechazar en nombre de los valores liberales que sustentan una sociedad tolerante, plural y abierta.

La moción de Ganemos, el grupo ultraizquierdista en el Ayuntamiento de Córdoba, contra el circo y las corridas de toros, apoyada por PSOE e IU, revela el carácter autoritario de una formación que se basa en el populismo antiliberal para imponerse sectariamente. Solo desde un enfermizo complejo de superioridad (moral) se explica la intolerancia como método de acción política. ¿Por qué no garantizar mediante inspecciones adecuadas que los animales en los circos viven y se adiestran adecuadamente, en lugar del hipócrita postureo mediático de la prohibición? Y si queremos garantizar una administración imparcial y laica con respecto a las preferencias culturales de la población, entonces eliminemos todas las subvenciones, dejando que cada cual se pague sus querencias sin que los grupos de amigos de los concejales izquierdistas consigan endogámicas prebendas.

Desde el poder político cabe suscitar el debate sobre temas controvertidos, pero no transformar la corporación municipal en una inquisición, ni las ordenanzas en hogueras. La moción de Ganemos, PSOE e IU no revela amor por los animales sino odio por la libertad, desprecio por los ciudadanos e incomprensión de lo que significa la democracia liberal, que no consiste en la tiranía de la mayoría sino en el respeto a la minoría. En convencer mediante razones, no en vencer a través del uso del presupuesto como si fuese su cortijo personal.

No se trata de circos, toros o foie gras . Hablamos de libertad y de no vernos arrastrados por la sensiblería exhibicionista y superficial que define a la nueva barbarie: la sentimental. Se trata de no caer en el error de querer proteger a los animales haciendo animaladas. En tiempos de la dictadura franquista los aficionados al cine tenían que exiliarse a Perpiñán para poder ver películas censuradas en España como El último tango en París (1972). De los pacatos totalitarios de derecha a los mojigatos autoritarios de izquierda. Que cincuenta años después de aquellos atropellos los cordobeses tengan que desplazarse a Granada, Sevilla, Madrid o, de nuevo, Perpiñán para ejercer su derecho a la felicidad y a la libertad sería el peor de los síntomas: que la barbarie no es que haya vuelto, es que no se había ido. Unicamente ha cambiado de acera y de color.

* Profesor de Filosofía