Este verano he visto una treintena de magníficas películas de directores debutantes de toda Europa. España estaba representada por películas tan diversas como Pieles, de Eduardo Casanova; Tarde para la ira, de Raúl Arévalo, y la emocionante Verano 1993, que no me canso de recomendar a quien no la haya visto. Felicidades a su directora, Carla Simón, por entrar en la terna previa a la propuesta española para los Oscar.

Me ha llamado la atención que varios de esos cineastas primerizos centren su mirada precisamente sobre la realidad de quienes en Europa se dedican al campo y en especial a la ganadería. The levelling, del Reino Unido, tiene como protagonista a una joven veterinaria que regresa a la explotación ganadera familiar tras la muerte de su hermano, no se sabe si por accidente o suicidio, cuando se detecta una enfermedad en sus vacas. Petit paysan es francesa y explora, con mimbres distintos, un conflicto similar: un jovencísimo ganadero francés intenta ocultar que una de sus vacas enfermó. En la otra punta del continente, Sami blod nos habla de una chica que quiere escapar a su destino de pastora de renos en la Laponia finlandesa cien años atrás. Pero no es la única. Die Einsiedler cuenta la experiencia de una familia en los Alpes actuales. A pesar de las duras condiciones de vida en la alta montaña, un matrimonio anciano sigue al frente de la explotación. Para su hijo, que trabaja en una cantera en el valle, el dilema tras su muerte es si continuar o abandonar.

Entretenidas, interesantes, con magníficos actores, excelentes guiones e impecablemente rodadas, nos hablan de una realidad que no suele ser conocida. Pero para eso está el cine, para revelar aspectos de nosotros mismos que están ocultos. Lástima que el cine europeo circule tan poco. A muchos jóvenes de nuestras zonas rurales les aportaría saber que los problemas a los que se enfrentan son compartidos y dignos de ser narrados.

* Escritora y directora de cine