Por santa Catalina, que es por estos días, mata tu gorrina, oíamos cuando éramos chicos a los mayores que lo decían cercana ya la matanza, un tiempo en que amanecía con heladas y hecha hielo el agua de los calderos. Ahora, aunque sea en Pozoblanco, uno de los pueblos más fríos de Córdoba, que amanece con media comarca yendo a su hospital a urgencias, a consultas o a hacer rehabilitación, el frío mañanero dura lo que un desayuno y luego, aunque luzcan las nubes del hermoso cielo de Los Pedroches, el sol calienta casi como en un septiembre tardío. Por las noches, sí, vuelve el fresco de chaqueta abrochada mientras se contempla el universo en las alturas, en donde el mundo escenifica su esencia en forma de estrellas, vía Láctea, galaxias, aviones que van constatando las distancias, nubes blancas con luz de la Luna, luceros y todos los astros, espacio que cubre el lugar donde, según la religión católica, están los bienaventurados y los ángeles gozando de la presencia de Dios y que siempre ha sido atractivo para la humanidad. Hablamos del cielo, ese misterio cuyo color pasa de la oscuridad de la noche al blanquiazul del amanecer, que tienen tanto los catalanes como el resto de humanos y al que todos aspiramos sea por lo religioso o por lo civil. En estos días de efemérides notables, como la de santa Catalina, santa Cecilia, de los 500 años de la reforma de Lutero, del inevitable recordatorio de la muerte de Franco pegado al insistente americanismo del Black Friday y al incompresible dato de que tal tipo tiene millones de seguidores en las redes sociales me vienen a la memoria aquellos fines de madrugada en los que de niño contemplábamos el rito de la matanza, cuando el cochino abandonaba la zahúrda para dar de comer a aquellas familias con el hambre de la postguerra. Hacía frío, que los mayores mataban con café y aguardiente y los niños con la candela en la que se prendían los matojos que quemaban las cerdas del cerdo, y que continuaba todo el día, con las vejigas del cochino convertidas en pelotas de fiesta sin escuela. Ahora no hace aquel frío de por santa Catalina mata tu gorrina pero las farolas de las calles ya no inundan de reflejos de discoteca los cielos, que vuelven a parecerse a los de la infancia donde la oscuridad permite que te guiñen las estrellas.