¿Cuántas personas caben en el cielo?». No es mi intención adentrarnos en el complejo mundo de la teosofía. De hecho, ante pregunta tan embarazosa lo más fácil es vehicularla hacia las cuestiones bizantinas, como el arquetípico sexo de los ángeles. Pero hay sesudos devocionarios que se pasan toda la vida desentrañando la veracidad de ese cupo de la salvación eterna, tomándose a pie juntillas el tope de ciento cuarenta y cuatro mil que, como los siete días de la Creación, perfila el libro de la Revelación. Numerus clausus para el infinito, cuando otros no entran en esos ataques de pánico, sabiendo que la infinitud simplemente se obtiene al dividir el uno entre cero.

Suerte la nuestra de la mortalidad, que lustra e impulsa el ciclo de la vida antes de que la pregonasen Timón y Pumba. Si no, imagínense el coñazo de linajes inmortales, que deberían articular un rotatorio para ostentar la Corona, salvo que adoptasen el karma del Príncipe Charles de Inglaterra. Y para los demás, olvídense de meritorios y medrajes, pues la vida eterna haría ridículas esa pretensión que los sucesores llaman promoción. Claro que, para ir contra natura y hurtar el fuego prometeico, ahí está la propuesta de la ministra Báñez. De antemano, uno no le pone reparo a la audacia. Lo que preocupa es lo que hay detrás, porque muy mal ha de estar la Caja de las Pensiones para proponer la compatibilidad de la integridad del subsidio y del salario, si se opta por seguir trabajando alcanzada la edad de jubilación. Tanta mojiganga de interinidad gubernamental es un aviso de lo que nos espera, con unas pensiones, a años vista, en la que no volverán las oscuras golondrinas, sino recortes de muy señor mío para esa anchura de la pirámide que fuimos los vástagos del baby boom. Volverá el pago en especies, en el que el recorte de las pensiones se novará con bonos canjeables para viajes a Benidorm; y descuentos especiales al comprar el Meritene. Cualquiera, pues, tose a esta senectud rejuvenecida que de pronto puede encontrarse con el filón de la duplicidad. Para quien aún esté confundido, sepa que en España no existe una obligación de jubilarse. Es un merecido derecho, alcanzado en los tiempos dorados de las luchas sociales.

Pero ante esta suculenta oferta, más de uno va a decir que, de retirarse, no. Será instinto de supervivencia; o que la caridad empieza por uno mismo, como ha hecho el afamado Comité Federal. De acuerdo: las bases pueden llevarse los desgarros de la honestidad, porque su visceralidad no está contaminada por el pragmatismo y el ejercicio de la realidad, y siempre estarán distantes del binomio de la olla y del poder. Mas tampoco hagamos seráficos a los que pergeñaron el no, muchos de los cuales se aferraron a los principios marxianos --de Groucho, por supuesto-- en las primeras elecciones, y ahora se escudan en la disciplina de voto, sabedores de que afuera hace mucho frío. Para muchos de sus electores, se ha jugado en este tiempo con la impericia del despilfarro. Mientras aguardamos al incipiente Gobierno y azuzados por la inmortalidad que nos propone la señora Báñez, el cielo puede esperar.

* Abogado