La Organización de Inspectores de Hacienda del Estado (IHE) anda fabricando capirotes y sambenitos, no con el santo fin de distribuirlos en la Semana Santa sino para que el nuevo Santo Oficio que acaba de proponer los use con las venideras víctimas de la delación y el chivateo. Ya era hora, por fin alguien aboga por volver a lo que mejor nos identifica y conforma desde tiempo inmemorial: el auto de fe, la denuncia anónima, el alcahueteo impune. Ni siquiera es descorazonador que el presidente de la IHE hable de crear fondos reservados para pagar a confidentes y chivatos, eso está fuera de toda duda en este país de envidiosos y maledicentes; lo que descorazona es que los inspectores profesionales no tengan la capacidad de inspeccionar de oficio (santo o no), por indicios y evidencias, determinadas cuentas y economías y haya que recurrir a estos subterfugios basados en huele bolsillos e informantes. Que levante la mano quien no esté seguro de quiénes son, en este país y en todos, los defraudadores, sí, ésos que todos pensamos y sabemos y que la IHE también piensa y sabe; no hacen falta correveidiles, sólo es necesario que la autoridad política, legislativa y ejecutiva no coarte a los inspectores, no les ponga trabas, bastaría con que dieran una batida con el reglamento y la ley en la mano. Ahora que Gallardón ha dado la nacionalidad a los descendientes de los sefarditas expulsados en tiempos de Inquisición, los recaudadores de impuestos se inventan otra tan inútil y bochornosa como aquélla. Y todo por no aplicar la ley, lisa y llanamente.

* Profesor