El ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, vinculó la segregación por sexos en la escuela con otros asuntos como la brecha salarial, la conciliación o la violencia machista. Es evidente que estudiar en un aula donde solo hay chicas o solo chicos potencia la idea de las diferencias. Nos habla de capacidades desiguales y, se sobreentiende, que de distintos valores. Además, provoca un especial sufrimiento a aquellas personas cuya identidad de género no responde a lo que expresa su sexo, negándoles un lugar propio, público y aceptado. La sola existencia de las escuelas segregadas perpetúa los roles de género y, por tanto, una concepción machista de la sociedad.

Pero la escuela mixta no está libre de esa segregación por el simple hecho de tener niños y niñas compartiendo pupitres. El trabajo para llegar a la igualdad es intenso y, a veces, tropieza con trampas. No es extraño, por ejemplo, las alabanzas a las niñas por obtener mejores puntuaciones, por comportarse mejor o las críticas colectivas a los niños por ser más movidos, por imponerse por la fuerza. De ese tratamiento se desprende que las niñas son «las listas» y los niños «los brutos». Al cabo de los años, los equipos deportivos masculinos predominan sobre los femeninos, y el espacio público se va convirtiendo un territorio más hostil para las mujeres.

Las escuelas forman parte de nuestra sociedad y no están libres de sus lacras, pero son fundamentales para combatirlas.

* Periodista