El asalto es la guerra con su sangre escondida, porque las murallas suelen quedar lejos de las capitales del imperio. No se trata únicamente del colapso que ha reconocido el actual Gobierno en el sistema de acogida de los inmigrantes, acumulados en todas estas riadas de llegadas masivas las últimas semanas. Hay devoluciones en caliente y la explicación es una aplicación literal de la ley. Sin embargo, todas las cuestiones, incluidas las guerras, tienen una realidad latente --y ardiente muchas veces-- por debajo del cuerpo de la ley. Porque está el otro cuerpo, lacerante y feroz, que viene agigantándose en silencio con su magma dormido, un cuerpo que es la unión de otros miles de cuerpos y espera su ocasión al final del desierto. Poco importa que los inmigrantes hayan pisado o no sueño español, como se escuda el ministro Grande-Marlaska, para argumentar si ha habido o no devoluciones en caliente. En realidad, hasta las devoluciones en caliente dejan de ser un asunto prioritario cuando tienes ese hormiguero de millones de almas royendo la amargura de sus vientres hambrientos. El Convenio Europeo de Derechos humanos contempla las expulsiones exprés, o en caliente, cuando se pruebe la identidad del inmigrante con un traductor, personal sanitario si fuera preciso y la imprescindible presencia de un abogado para defender sus derechos. También la disposición primera de la Ley de Seguridad Ciudadana, sobre las acciones de rechazo de extranjeros en la valla de Ceuta y Melilla, establece que «Los extranjeros que sean detectados en la línea fronteriza de la demarcación territorial de Ceuta o Melilla mientras intentan superar los elementos de contención fronterizos para cruzar irregularmente la frontera podrán ser rechazados a fin de impedir su entrada ilegal en España», aunque «El rechazo se realizará respetando la normativa internacional de derechos humanos y de protección internacional de la que España es parte». Pero claro: si llegan 800 tíos a las seis de la mañana, atacan el punto más débil de la frontera y después de una hora de forcejeo con la Guardia Civil logran abrirse paso con cizallas para romper la valla con lanzallamas caseros, palos, cuchillos de fabricación propia, gases y andanadas de cal viva, las devoluciones arden.

No olvidemos que esto es lo que nos espera, porque la inmigración con violencia puede ser más futuro que presente. Asunto distinto es la miopía histórica de la Unión Europea y los distintos gobiernos, al no establecer medidas verdaderamente comunes que puedan reducir el foco de llegada mediante políticas de cooperación al desarrollo en el lugar de origen, que es donde flamea la magnitud del problema. Ahora, lo que tenemos --y esto irá en aumento- son 602 subsaharianos que han logrado pasar a Ceuta, de los 800 que lo han intentado. Eso y los 50.000, y luego serán más, esperando en el Sáhara. Mientras, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes reconoce haber pasado ya el límite de la saturación. La Cruz Roja de Ceuta ha atendido a 592 inmigrantes: 132 estaban heridos, con 11 ingresados en el Hospital Universitario de Ceuta por fracturas y heridas con las concertinas, además de los 11 guardias civiles heridos, algunos con problemas respiratorios por los espráis caseros, excrementos y orín que les han tirado encima, uno de ellos aún en observación por haber recibido cal viva en los ojos. Los inmigrantes avanzaron con escudos hechos por ellos mismos y un puñado de cócteles molotov. Por eso no estamos hablando de un asalto, sino de una guerra silente que se mira de lejos.

Es nuestro escenario: un caldo de cultivo para el buenismo maniqueo de cierta izquierda y el populismo racista de la extrema derecha. Entre medias tendremos que vivir, esquivando el fuego amigo sobre la actualidad. Más allá de la espectacularidad de la noticia asistimos a una voraz crisis humanitaria que no admite comparaciones recientes: es el Problema. La respuesta europea está siendo ciega y estéril. No se puede dejar la carne en el asador de Marruecos, como un país gendarme. Lo que viene será mucho peor: un tsunami. Hace falta entender que esta gente está dispuesta a morir o a morir matando, porque huye de un infierno del que nos hemos desentendido como evidencia política y social. Se podrán levantar muros más fortificados y mejor defendidos, aunque el grito de desesperación de millones de bocas se continúe escuchando al otro lado. Pero en Europa seguimos ensimismados, hasta que los cadáveres nos recuerdan la realidad en la playa.

* Escritor