La aplicación de las medidas en ciernes para mejorar la calidad del aire que se respira en las ciudades tendrán unos efectos que serán apreciables a no muy largo plazo. A partir del 2020 (dentro de poco más de dos años), el 25% de los vehículos que hoy circulan por las grandes ciudades no podrán hacerlo dentro de la enormes zonas que se irán delimitando. Así, a de hoy son miles los turismos, furgonetas y camiones que superan el umbral de contaminación y que por esa razón ya no tienen la etiqueta identificativa que distribuye la DGT. Son muchos vehículos -y otras tantas personas, o más-, pero eso no puede ser motivo para abogar por dilaciones en un asunto en el que está en juego la salud de gran parte de la población. Por el contrario, las restricciones deben ser un acicate para profundizar en las políticas públicas que se han ido abriendo paso con dificultad en los últimos años: potenciación del transporte público por carretera y ferroviario, aparcamientos disuasorios junto a las estaciones de tren, conexiones entre medios, abonos a precios asequibles... El reto para las administraciones es grande, pero más importante es poner coto a unas emisiones de gases impropias de una sociedad avanzada y que valora como debe la salud y el bienestar personal. Están por venir en grandes ciudades días en los que la prohibición se aplicará en días de elevada contaminación, como ya hizo Madrid. Estamos todos avisados y debemos actuar en consecuencia.