Santiago Sierra apuesta, juega y gana. Esta edición de Arco ya lo ha convertido en su protagonista, como si la película acelerada de estos días nos hubiera adelantado el desenlace. Porque da igual qué se exponga en la feria de arte contemporáneo, no importan los artistas nuevos o curtidos, engallados o agónicos, que de verdad se la jueguen con su experimentación, su regreso al clasicismo o propuestas que realmente puedan quebrar un orden moral, como daría igual que el cuerpo putrefacto de Francis Bacon se levantara de sus escombros, desmembrados de frío y desamparo, para aparecerse en los pasillos de Ifema, porque esta edición de Arco ya pertenecería al montador Santiago Sierra. Digo montador porque montajista parece demasiado esquinado y lo que Santiago Sierra hace son montajes de culo, teta y caca. Ahí lo deja caer, y algunos pican. Ni creo que sea mediocre Santiago Sierra. Es que no es, o su baraja es otra. Eso sí: ha tenido la suerte de que la presidencia de Ifema --el recinto que acoge la feria de arte-- ha censurado su montaje titulado Presos políticos contemporáneos. Y ha tenido el tío tanta potra, y han sido tan torpes en la presidencia de Ifema, que hasta alguien como yo, que no llego al nivel de abominar el arte de Santiago Sierra, porque ni siquiera lo considero valorable y, si lo hiciera, me parecería de baja estofa, infantil hasta la arcada de papilla en la lengua, estoy dispuesto a defender el derecho de Santiago Sierra a que siga exponiendo su cosita.

Es decir: la cadena de errores garrafal solamente lo beneficia a él, que ha vendido la pieza a un particular por 96.000 euracos. En el montaje de 24 fotografías aparecían, con los rostros pixelados y reconocibles, los dirigentes independentistas Oriol Junqueras, Jordi Cuixart o Jordi Sánchez. Pero recorramos la cadena de errores hasta este disparate. La presidencia de Ifema decidió descolgarla porque «perjudicaba la visibilidad». Toma del frasco: si tanto les importaba «la visibilidad», ahora no se habla de otra cosa que no sea Santiago Sierra y su piececita, dentro y fuera de Arco. Segundo error: Carlos Urroz, desde la dirección de Arco, se pliega ante la decisión sin plantear batalla. Tercero: la galerista de Santiago Sierra, la veterana Helga de Alvear, no solo se pliega, sino que claudica: «Yo lo que quiero es vender y volver el año que viene a la feria». Ahí tienes una voz comprometida consigo misma. Le hacen una publicidad de fábula y el tío lo vende.

Aun así, sigo defendiendo y defenderé siempre el derecho a la libertad creativa de Santiago Sierra, trilero o no del arte contemporáneo. Respecto al título, Presos políticos contemporáneos, y sus retratos manipulados, en España no existen los presos políticos desde la Ley de Amnistía de 1977, con la que se conmutaron las penas por delitos de naturaleza política ocurridos desde el levantamiento militar contra la República hasta el 15 de diciembre de 1976. Desde entonces se ha procesado a gentes diversas y limítrofes por delitos de asesinato, secuestro, extorsión y colaboración con banda armada. Pero no por las opiniones que esos acusados profesaban -representadas en sucesivas formaciones políticas-, sino por defenderlas con el bombazo en los ojos. Así que no estoy de acuerdo en el mensaje de Santiago Sierra --ay, el mensaje, cuántos timadores profesionales se han beneficiado de él--, porque en España no hay presos políticos. Pero atención: si él piensa que sí los hay, y que éstos lo son, y está dispuesto a ponerlo en el centro de su presencia en Arco --sea cual sea su intención, publicitaria sin duda, con sus arteras mañas de vendedor de humo--, tiene derecho a hacerlo. Y los demás creadores, más o menos creadores que él, tienen derecho a sentirse indignados no solo con la delirante promoción que sigue recibiendo; porque un acto de censura, aunque sea lerda, nos censura a todos.

No se debe confundir esta situación con las condenas por delitos tipificados en nuestro ordenamiento, como apología del terrorismo o delitos de odio. Por ejemplo, Pablo Hásel: «Yo seguiré brindando cuando ETA le vuele la nuca a un pepero». Pues mira macho, a la cárcel. Porque eso es apología del terrorismo, y no es lo mismo. Santiago Sierra no ha injuriado, ni calumniado, ni deseado la muerte a nadie. Aquí lo que tenemos es censura. De una obra que ni siquiera puede causar indignación, porque es inane, pero que le ha llenado al autor los bolsillos de oro mientras muchos artistas de verdad siguen viviendo de servir copas en los bares.

* Escritor