En vísperas del día de los difuntos, cuando los cementerios brillan, resplandecen y se llenan de flores y visitantes, la Iglesia Católica --su parte vaticana más ceniza e inquisidora-- volvió a sorprendernos con la orden de «prohibir» (que mal suena esta expresión) que las cenizas de los difuntos puedan guardarse fuera de lugar sagrado o esparcirse por tierra, mar o aire. Osea, contravenir lo que dicta el Génesis, «polvo eres y en polvo te convertirás», o lo que nos cuentan San Lucas y San Mateo en sus evangelios poniendo en boca de Jesús tal recomendación: «Dejad a los muertos que entierren a sus muertos», si es que estamos hablando de fe. Pero como merced a su comportamiento el Vaticano se viene distinguiendo por espantar a la afición, en lugar de hablar de fe --ya que bien poca nos va quedando-- hablaré de sentimientos. El cardenal alemán Gerhard Müller llegó a decir en la presentación de este último disparate que «los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un camposanto su resurrección». Dónde está Dios, aunque no exista, se preguntaba Fernando Pessoa, y eso se preguntan los padres que ven enfermar o morir a sus hijos, porque aunque son propiedad de Dios, su gracia anda ordinariamente de penitencia, sostenía Quevedo. Y con respecto a la resurrección de la carne solo la he entendido cuando los médicos han logrado que mediante los trasplantes cobren vida los órganos de fallecidos en otros cuerpos, en otras vidas; para mí la única resurrección que felizmente en nuestro tiempo hemos podido ver y tocar en familiares y amigos ha sido la reparación de los vivos. Y conozco a curas que también de estos avances se han beneficiado. Pero quizá lo que más nos cueste creer sea esa decisión de la Santa Sede de no considerar el domicilio familiar como un lugar sagrado, digno para guardar las cenizas de nuestros familiares. Porque si hay un lugar sagrado es la casa donde se comparte el pan, la pena y la alegría del hogar, y donde hubo amor y dolor, hay un lugar sagrado. Menudo gol le han metido al Papa los más retrógrados de la curia romana, debe andarse con cuidado o su apostolado tan respetado hasta por los contrarios puede acabar como el rosario de la aurora. Viendo al cardenal alemán y al dominico purgando a la cristiandad, recuerdo la imagen de una lápida en la catedral de Toledo, discreta frente a otros mausoleos, y que pisa todo el que la visita, en la que se lee: «ceniza, polvo, nada». Pues eso.

*Periodista