Durante mi caminata mañanera he vuelto a oír, como todos los años, el estampido de disparos que rompen el silencio del alba: son los cazadores. No puedo desprenderme del gozo literario que me invade siempre que me adentro en tierra de olivos. Un paisaje paradisíaco donde habitan los dioses de la mitología para vivir y amar e incluso cazar. Es célebre el fin trágico que tuvo Acteón, despedazado por sus perros a petición de la diosa Diana. Se enojó al saber que el citado dios había jurado que la superaba en el arte de cazar. El escritor malagueño José Antonio Muñoz Rojas, describe primorosamente en Las cosas del Campo, la caza de la perdiz en los olivares; y que por primera vez se regula este año con reclamo: «Se sale al alba o al trasponer el sol, con la pájara encelada, dispuesta a cantar en el primer olivo del que se cuelgue. Apenas colgada saldrá cantando y apenas cante, le responde lejano, sorprendido, el macho que vendrá debidamente a lo suyo, con alegre premura». Un día me topé con los cazadores y les saludé a la antigua usanza del campo: «Dios guarde a ustedes». Solo me respondió, de la misma manera, el de más edad y enseguida entablamos conversación. La jornada matinal había sido buena. Los conejos se amontonaban delante de varios todoterrenos. Eso es bueno porque en la campiña ha sonado la voz de emergencia. Aludí al refranero: «Al mejor cazador se le escapa la liebre». Se usa como excusa en cualquier oportunidad perdida. Los 41.594 cazadores con licencia en Córdoba practican la caza en toda clase de modalidades, incluso la ya regulada con arco.

* Periodista