Del Estado del Bienestar estamos pasando al Estado Chipiguai del todos felices y superdivinos, y más en las redes sociales, donde se termina mostrando una versión de cada cual feliz y sin problemas y donde ya es hasta políticamente incorrecto contar un contratiempo. Es una sociedad en la que no se perdona no dar imagen de triunfador. Y estamos perdiendo hasta el derecho a pasar una depresión, ponernos malos alguna vez, tener algún cabreo como todo el mundo, sufrir días malos y hasta que se nos caiga la tostada al suelo por el lado de la mantequilla. Se culpa al enfermo de la enfermedad y al moribundo de su próxima muerte. Digo esto porque el colmo fue lo ocurrido recientemente en Vale of York, en Inglaterra, donde un organismo del Servicio Nacional de Salud decidió (luego echó marcha atrás tras la que se lió) demorar las cirugías no vitales en obesos y fumadores, calificando la obesidad y el tabaquismo como «prevenibles», mientras que los expertos saben que la primera es una enfermedad y la segunda una adicción, y como tal hay que tratarlas. No engañaron a nadie: la auténtica razón es que la sanidad británica está sin un duro.

Pero el debate se abrió aprovechando esta corriente de pensamiento en la que se señala al enfermo como el causante de su mal y se habla de «luchar» contra una patología como si fuera un contrincante material. ¿Acaso el que pierde la batalla contra la enfermedad luchó poco, quería morir?

Pero más aún: ¿quién será el político o el técnico que ponga el listón al derecho de ser operado en tales o cuales kilos de más o en estos u otros cigarrillos al día? Y si vamos a eso, ¿cómo de rubio y de ojos claros había que ser para caerle simpático al Estado, como le ocurría a los nazis? ¿Y por qué no ahorramos en la Seguridad Social pensiones y operaciones eliminando a todos los mayores de 30 años, como en el clásico de ciencia ficción La Fuga de Logan?

Nos estamos volviendo tontos y si empezamos a jugar a ser dioses y a desvariar... ¿dónde está el límite y quién lo pone? H