Pongamos que la Universidad de Córdoba crea una cátedra, la cátedra Luis de Góngora, una cátedra como espacio de encuentro para quienes bucean a más o menos profundidad en la oceánica obra de nuestro mejor poeta, una cátedra como ámbito para la divulgación de su palabra más allá de prejuicios fosilizados (Góngora el príncipe de las tinieblas textuales, Góngora el enrevesado, el de los latinajos, el sieso que escribía raro, Góngora como un ocho mil literario accesible sólo para especialistas del alpinismo interpretativo...), una cátedra como territorio educativo para proyectar desde lo local a lo global la figura ausente del omnipresente denominador de centros educativos y tabernas y autoescuelas y teatros y locales de moda y no sé cuántas cosas más de la ciudad que lo vio nacer.

Pongamos que dos administraciones, Ayuntamiento y Diputación, apoyan municipal y provincialmente la iniciativa universitaria. Pongamos que el director de la Cátedra, Joaquín Roses, profesor de la UCO, un referente insoslayable en el campo del gongorismo académico y no sólo académico, organiza modélicamente una serie de conferencias que concitan en Córdoba a brillantes personalidades fortalecidas de una u otra forma en su nutrición lectora por el vitamínico magisterio de don Luis (Pablo García Baena en el principio de todo). Pongamos que se desarrolla un programa de tertulias que estimulan en la casa de la calle Cabezas y también en los pueblos el diálogo enriquecedor en torno a determinadas composiciones del creador del Polifemo. Pongamos que toda esta labor fructifica en la red a través de un canal de YouTube con cientos de seguidores internacionales. Pongamos que la cosa va bien hasta que se complica.

Pongamos que una de las dos administraciones, la excelentísima, demora la firma anual del convenio para cofinanciar las actividades de la Cátedra. No se trata de una asignación presupuestaria con un montón de ceros, se trata de una cantidad pequeña en comparación con la apuesta pirotécnica por ciertos proyectos, una cifra modesta en contraste con el faraónico despilfarro de ciertas inversiones para el autobombo político, un menguante desembolso que cualquier gestor cultural consideraría apropiado atendiendo al binomio calidad-precio.

Pongamos que no es la primera vez que sucede esto, largas y más largas para firmar el convenio. Pongamos que el director no ha dejado de desenvolverse como un equilibrista para sacar adelante la programación, para que la Cátedra no quede anclada en la inacción de lo meramente simbólico.

Pongamos que todo esto es la pura verdad y pensemos luego en que los máximos representantes de un partido y otro --foto, foto-- se llenaban la boca hablando de Córdoba como capital europea de la cultura, vana ilusión convertida fugazmente en humo y en polvo y en sombra y en nada. Pongamos que esto es lo que hay, escaso interés por vivificar nuestro mejor patrimonio de los responsables de turno, vuelva usted mañana o ya si acaso el mes que viene. Pongamos finalmente que todo esto da un poco de risa, un poco de rabia y un poco de pena.

* Profesor del IES Galileo Galilei