Es muy conocido cómo gran parte de la clase dirigente actual en su comprensible afán de insertar su existencia política en un continuum nacional, en una filiación ideológica que la protegiera de un adanismo estéril y vacuo, encontró e hizo de la figura del prócer vasco y liberal José M de Areilza y Martínez de Rodas (1909-98) un referente mayor de su doctrina y actividad. Entre los miembros de ese amplio y cualificado sector que rectora desde el inicio mismo de la Transición la vida pública española (comienza ahora a despegar en firme el proceso de su renovación o relevo), alcanzaron en su día la categoría de dogma las palabras del conde de Motrico que advertían, cuando la ofensiva etarra se encontraba en su fastigio y el sentimiento independentista por ella estimulado presentaba en verdad anchura preocupante, que, pasados los años y en bajamar la pulsión euskalduna, el catalanismo volvería a ocupar el lugar primacial que siempre ocupara en la amenaza a la España unitaria. En la grave coyuntura por la que hodiernamente atraviesa un país atemorizado por demagogia incesable y creciente ante la fecha del 27-IX, parte de los colocutores y admiradores del primer ministro de Asuntos Exteriores de la gran etapa democrática abierta en 1975 recuerdan con frecuencia su profecía, a modo quizá de encubierto sortilegio que sirva para conjurar tamaña amenaza...

Y, desde luego, nadie podrá dudar del gran conocimiento que, en punto a la historia contemporánea de nuestra patria y, de manera especial, de las antiguas Provincias Vascongadas y de Catalunya, atesorara uno de los políticos europeos de la centuria pasada de más dilatado y diverso paralaje cultural, a la manera, v.gr., de un De Gaulle, un Churchill, un De Gasperi o un Mitterrand...

Catalanofilia era, ciertamente, del mejor linaje. Lecturas, viajes y conversaciones constantes en la cumbre y, a las veces, también en la calle, le proporcionaron un nivel envidiable en cuanto a familiaridad con algunas de las claves decisivas de la personalidad histórica de la región partera de la España actual en sus modulaciones más atrayentes y creadoras. En tiempos ya de senectud cuajada, se quejaría, muy puesto en razón, de la escasa información que acerca de la gloriosa Corona de Aragón recibieran los bachilleres de su generación, deslumbrados y en exceso pedagógicamente imantados por las gestas de la austera y altiva Castilla, idolatrada por los hombres y mujeres de la Institución Libre de Enseñanza, forjadores sin discusión de la conciencia nacional hispana del novecientos. En páginas de seducción estilística insuperable, las que rememoran las andanzas postrimeras del autor por la incomparable geografía catalana --recogidas en el libro Prosas escogidas (Madrid, Selecciones Austral, 1986, pp.165-83)--, se muestra terne en exponer el secreto que en su opinión encierra el fondo último del espíritu del Principado, y que no es otro que su profundo sentimiento de religación, de la asunción amorosa y total de su identidad histórica, de su desenvolvimiento a través de las innumerables peripecias de un ayer, a cuyos desafíos sus gentes dieron invariablemente respuesta positiva y creadora, sustentada sin excepción en su solidaridad con un pasado repleto de capacidad ilusionante al tiempo que transformadora. "La tierra catalana es quizá el suelo más empapado de sedimento histórico de la Península. Acaso es esa la causa de que el hombre y la mujer catalanes tengan a flor de piel la conciencia de su identidad. (...) Solamente vinculando la tradición con el progreso puede lograrse una sociedad moderna y estable (...) No hay tradición a beneficio de inventario. El patriotismo verdadero es también la solidaridad global de los que somos con los que fueron". Y un mensaje de esperanza para las innumerables gentes que en la Península, sus dos Archipiélagos y en Ceuta y Melilla --¡ciudad catalana trasplantada urbanísticamente a Berbería...!-- aman sin brida ni recelo alguno a la gran región: "De Cataluña se ha dicho que tenía los cuatro elementos que son las raíces que la hacen grande: geografía, cultura, lengua e historia". Las naciones que son capaces de integrar en su seno a países como éste son las que demuestran su fortaleza ante el provenir. Un catalán ilustre llamaba la "España mayor" a la patria a la que todos pertenecemos" (pp.172-3).

* Catedrático