"Todos los ojos del mundo estarán mirando a Cataluña", ha dicho MeritxellBorràs, consejera de Gobernación de Cataluña. Hombre, no tanto. El mundo tiene cosas más importantes que hacer. La frase, sin embargo, es significativa de cierta egolatría independentista, como si el resto de la humanidad no tuviera otra ocupación que analizar con bisturí retórico las incidencias y la actualidad, la singularidad catalana. Es verdad que Borràs hace las declaraciones en el contexto de la seguridad, presentando el dispositivo que hoy desplegará la Generalitat. Pero la frase, así, voluntariamente sacada de contexto, quizá sí escenifica ese complejo de protagonismo periférico que ha ido recreando la identidad independentista, desde la escritura ficcional de una confrontación inexistente entre el resto de España y Cataluña. Nosotros, los distintos y los incomprendidos. Nosotros, los siempre vejados y ultrajados, postergados eternamente por la historia. Los ojos del mundo miran lo que sucede en Cataluña como excepción anacrónica y disparate sociológico, como ebriedad daltónica de un segmento de la población ahora abducidapor este callejón sin salida para sus ciudadanos en el mapa del mundo que les mira, y esto sí es cierto, con incredulidad, con pasmo y con asombro.

Pero esa mentalidad, convertida en política autonómica, ha ido permeando en la ciudadanía. No es sólo el famoso "España nos roba". Ese argumento, aunque falso, apela a un asunto algo más objetivo, que puede desmontarse fácilmente, es cierto, pero es un argumento al fin y al cabo. Pero la manía persecutoria, ese llamamiento constante hacia las vísceras dentro del discurso independentista, es más difícilmente rebatible, porque apela al instinto, a una geografía de emociones que no admiten no ya réplica, sino debate, porque se sitúan en el ámbito de la porosidad y la sentimentalidad vacía.

El discurso independentista solo puede basarse en la emoción, en Artur Mas gritando que las urnas les traerán la libertad, como si no existiera en Cataluña. Sin embargo, cada vez que algún interlocutor ha tratado de establecer un diálogo objetivo, la respuesta ha sido el exabrupto o las lágrimas a lo Oriol Junqueras, hablando enternecedoramente de su abuelo y haciendo pucheritos de memoria histórica. Porque si entramos en materia, punto por punto, el asunto tiene grietas importantes. Para empezar, estamos ante un supuesto plebiscito que no cuenta votos, sino escaños, con lo que cada voto no valdrá lo mismo, lo que resulta, en esencia, una negación de un referéndum. La representatividad del resultado, entonces, será falsa en lo que se pretende. La propia CUP advierte que una mayoría únicamente de escaños, y no de votos, es "insuficiente". Porque si hablamos del famoso "derecho a decidir", y en Tarragona, por ejemplo, hay una mayoría votante de partidos no independentistas, ¿significa eso que en un supuesto nuevo Estado catalán Tarragona sería una ínsula española? En cuanto a las cuestiones de ciudadanía, aceptando que --por ahora-- la Constitución garantiza la ciudadanía a todo español de origen --se mantendría por tanto, también por ahora, su ciudadanía europea--, las políticas, repartos y ayudas de la Unión Europea afectan a los territorios. Así, el artículo 51 de la Carta de Derechos de la UE afirma que su ámbito de aplicación es, precisamente, el territorio de los estados miembros.Y una Cataluña independiente, incluso con sus siete millones de españoles, sería un territorio sacado de la Unión, y por tanto fuera de su sistema presupuestario. O sea: un futuro fuera del euro y del espacio Schengen, la ONU, la OTAN... Y, sobre todo, sin los fondos de cohesión europeos.

De todo esto no se habla en Cataluña, pero sí en el resto del mundo. Escribo desde Costa Rica, en la Feria del Libro de San José. Aquí, entre editoriales emergentes y la poesía entendida como acción social, el sueño es la unión de países de identidad poliédrica y común en una gran región centroamericana, con el español como vehículo de construcción colectiva. Desde aquí, entre literaturas, voces y lectores en la maternidad del idioma, si se presta algo de atención a Cataluña es con estupefacción, mientras se evoca aquella Barcelona legendaria y perdida de Carlos Barral, Carmen Barcells y la literatura del Boom. El hermanamiento con Latinoamérica también se perdería, porque los colombianos no van a ponerse ahora a escribir en catalán. Cuánta pérdida, cuánta estulticia, ante el mayor suicidio colectivo de la historia reciente.

* Escritor