Como me ocurre a mí, muchos habrán tenido la experiencia de que, de pronto, en muy poco espacio de tiempo se producen hechos, acontecimientos o alusiones a personas relacionados entre sí. Son casualidades, y este verano he vivido varias cuyo nexo es la bicicleta. Por ejemplo, el pasado domingo se corrió la última etapa de la Vuelta a España y se celebró también la Vuelta Ciclista a Cabra, una de las competiciones más antiguas del país en su modalidad, puesto que ha cumplido su edición número 74 (pensemos que la ronda española lleva 69). Días antes, Contador, Valverde, Froome, Purito y el resto del pelotón habían pasado por mi pueblo. Fue un gran espectáculo que los aficionados vivimos en la calle, repleta de aplausos ante unos corredores a los que solo vimos unos segundos, pero fueron capaces de generar emoción en sus espectadores.

En mi pueblo conviven por un lado esa tradición de afición al ciclismo, y por otro un escaso (casi nulo) uso cotidiano de la bicicleta. Nunca he practicado el ciclismo como deporte, pero sí he sido siempre usuario del vehículo. Hace unos días me encontré con la segunda casualidad. Tras leer un reportaje sobre Holanda sentí envidia de cómo se vive en ese país el recurso a la bicicleta como medio de transporte, la cantidad de posibilidades que ofrece, los modelos tan diferentes que existen y las facilidades para desplazarte. En los últimos años muchas ciudades españolas han puesto en marcha planes de construcción de carriles-bici y se ha fomentado el alquiler de bicicletas, también en algunos pueblos de nuestra provincia se han tomado medidas de ese tipo. Sin embargo, todo ello no ha ido acompañado de otras acciones para animar al uso de un modo de desplazarse tan saludable, ecológico, limpio y silencioso. De hecho, salvo excepciones, en nuestras ciudades no se ven cargos públicos que lo utilicen, ni campañas que conciencien a los más pequeños de las ventajas que tiene moverse en bicicleta, así, son casi nulos los jóvenes que acuden a los institutos con su bicicleta, y solo aumentan un poco en las facultades. Mientras tanto, lo normal es ver filas de coches con papás y mamás que esperan la salida de clase, cuando en los pueblos sería muy fácil recorrer las distancias sobre las dos ruedas. Claro que ello debería ir acompañado de un plan que protegiera al ciclista, tanto de los coches como de los obstáculos que encuentran en las calles. Se acercan las elecciones municipales y será difícil encontrar, salvo en grandes ciudades, formaciones políticas que se comprometan con esta línea de actuación. Los partidos están más interesados en otras intervenciones más llamativas y mediáticas, como si no fuese vital una ciudad más limpia, más educada y menos ruidosa.

A esto se añade una tercera casualidad. En Cabra pronto dejaremos de tener a un gran mecánico de bicicletas, a Manuel Jiménez, que heredó el oficio y el saber hacer de su padre, todo un personaje en la historia del ciclismo egabrense, y que supo sobrevivir a la dureza de la postguerra a pesar de haber estado en el ejército republicano, cosa que finalmente pudo ver reconocida, lo cual le generaba una gran satisfacción, tanta como entusiasmo ponía cuando te explicaba algo relacionado con la mecánica de la bicicleta, porque ir a su taller era tener la oportunidad de asistir a una lección magistral sobre frenos, cambios, radios, cuadros, tijas,... E igual ocurre con su hijo, quien al tiempo que trabaja te explica por qué se hacen las cosas de tal o cual manera. Yo le estoy agradecido porque mi bicicleta es fruto de su artesanía, un modelo híbrido construido a base de componentes de distintas marcas. Para mí siempre será un orgullo pasear en ella, pero lamento que en el futuro no tendré quien, con tanta sabiduría, me la ponga a punto cada año.

* Historiador