Cuándo fue la última vez que mentiste? ¿Cuál ha sido la última mentira que te han colado? Seguramente es una estimación difícil de hacer. Pero según un estudio del profesor Jerald Jellison, de la Universidad del Sur de California, cada día leemos u oímos 200 mentiras. En su libro I’m sorry, I didn’t mean to, and other lies we love to tell, publicado en 1977, se iniciaba de alguna manera el recuento de este tipo de hechos. Durante las décadas posteriores se siguió analizando el asunto. En el 2002 el profesor Robert Feldman de la Universidad de Massachusetts concluyó que en una conversación de diez minutos aparecen dos o tres mentiras. El profesor grabó la conversación por parejas de los participantes desconocidos en el experimento. Después les preguntó en qué parte habían dicho la verdad y cuándo habían mentido. Casi todos negaron haber usado argumentos falsos. Pero las comprobaciones demostraron que muchos lo hicieron.

En torno a la mentira hay dos grandes cuestiones que también aparecen en la literatura científica: ¿por qué mentimos y por qué aceptamos que nos mientan? Según Bella Depaulo, miembro de la Sociedad Americana de Psicología, la razón más común entre los mentirosos tiene que ver con agradar a los demás y con evitar meterse en problemas. Hay también quien defiende que lo hacemos porque mentir no está penalizado. Según el psicólogo Leonard Saxe, vivimos en una sociedad donde no están castigados estos comportamientos sino que hay quien recibe recompensas por mentir frente a quienes sufren las consecuencias por decir la verdad. Y pone un ejemplo sencillo: si llegamos tarde al trabajo y admitimos que nos hemos quedado dormidos, somos castigados mucho más que si mentimos y decimos que nos ha pillado un atasco tremendo. Así que el premio y el castigo responde de alguna manera a la primera pregunta.

Hay cierto consenso acerca de la segunda cuestión: nuestra tolerancia a ser engañados. Algunos expertos dicen que hay mentiras que todos vemos aceptables porque la verdad en estado puro rompería la paz social. Es una manera de gestionar la superviviencia teniendo en cuenta que cada individuo responde a unos parámetros en la vida cotidiana: su ética, su experiencia o vivencias.

Cualquiera de estas consideraciones valdrían en la vida privada y también en la pública aunque en esto último debemos de ser más intolerantes. Porque si en Alemania un ministro dimite tras descubrirse que mintió al firmar una tesis que no era original suya, eso también puede y debe ocurrir en España. Porque significa ser intolerantes con lo peor de nosotros mismos. Porque la intolerancia con la mentira hace madurar nuestra democracia.

* Periodista