Cuando esta noche se alce el telón del Góngora, los espectadores volverán a encontrarse con una atribulada Carmen Sotillo velando el cadáver de su marido, contra el que se desfoga en una retahíla de reproches que dejan al descubierto las miserias de su convivencia y las de toda una época de este país, las mojigaterías y agobios de una dictadura que imponía pensamientos y costumbres contra la alegría de vivir. Será la enésima vez que Lola Herrera se vista de luto para desangrarse sobre el escenario en el monólogo agrio -y aun así salpicado de humor- de Cinco horas con Mario, todo un clásico del teatro español. La misma obra que la intérprete vallisoletana estrenó en plena Transición (1979), en el Teatro Marquina de Madrid, convirtiéndose con ello en la gran dama de la escena que es. Fue un éxito tan fulgurante en su carrera que lleva interpretando el papel casi cuarenta años sin cansarse. Ni de él ni de su profesión. De hecho, aunque se haya anunciado que esta será su despedida de Carmen Sotillo, nadie que la conozca bien se lo cree. Y mucho menos la retirada de la actriz que dejó para la historia ese desgarro cinematográfico que es Función de noche, donde junto a su exmarido, Daniel Dicenta, levantó con una sinceridad escalofriante todas las alfombras de su turbulento matrimonio.

No es casualidad que detrás de ambos títulos esté también otra mujer, la cordobesa Josefina Molina, quien se atrevió a dirigir estas y otras propuestas valientes con las que ha sabido trascender la realidad de las pequeñas cosas para trazar el retrato de una mujer en busca de su espacio de libertad, y con ella el de todas las mujeres. Tampoco es casualidad que las productoras de esta nueva puesta en escena de la novela del mismo título de Miguel Delibes -el tercer montaje, porque en el 2002 tuvo otro, siempre de la mano de José Sámano-, Pentación Espectáculos y Sabre Producciones, hayan querido que sea en Córdoba, ciudad natal de Josefina, donde arranque hoy la gira nacional. Aquí permanecerá la obra tres días en cartel, con todas las entradas vendidas hace tiempo. Y es que Josefina Molina ama a Córdoba y este es un amor correspondido. Por eso es elocuente el gesto de homenaje hacia aquella niña de la calle Almonas que al comienzo de la posguerra jugaba junto a su único hermano, Rafael, con el Cine Nic que les había regalado el padre; la joven que más tarde quedó fascinada con la película El Río, de Renoir, y decidió que tratar de aproximarse a aquella belleza sería su profesión. Y en eso, los rodajes de cine y sobre todo de televisión, la única que había entonces, invirtió sus fuerzas, tras ser la primera mujer licenciada por la Escuela Oficial de Cinematografía. Hasta que el teatro se cruzó en su vida después de leer Cinco horas con Mario y obtener de Delibes la autorización para adaptar al lenguaje escénico su novela, ambientada en una ciudad de provincias de los años sesenta.

Desde entonces ha corrido mucha agua por aquel río juvenil y por todos los ríos de la vida. Lola Herrera y Josefina Molina, que han puesto el mismo entusiasmo en los ensayos que hace cuatro décadas, fueron madurando con los años a la par que el monólogo descarnado de Carmen Sotillo, que incluso brilla ahora más en una escenografía reducida a su esencia intemporal. Porque las frustraciones de una pareja y las preocupaciones de un país son temas sin edad.