El Palacio del Sur, la Ciudad Deportiva, el Ojo del Califa, el aparcamiento del Reina Sofía con la ampliación de Pediatría, el Puerto Deportivo de El Arenal, el Aeropuerto, etc., son proyectos de ciudad que se presentaron a «bombo y platillo»; después no llegaron a realizarse ni se van a realizar jamás (con la excepción del aparcamiento, que todavía está en capilla). Otros que se realizaron y no han servido para lo que, originariamente, fueron creados o están ruinosos y sin capacidad de recuperarlos, como son los casos del C4, que ya ni se denomina así, o del Pescódromo que, en la actualidad, se encuentra abandonado y en estado de pura lástima, habiendo quedado como «monumento» paradigmático a las nefastas y negligentes gestiones municipales, financiadas con dinero público.

La pregunta flota, por sí sola, en el ambiente cordobés: ¿Por qué ocurren estas cosas? Simplemente, porque fueron proyectos afectados por el virus ideológico, mal concebido y peor interpretado, que es letal para que un cuerpo debilitado llamado Córdoba se pueda desarrollar, impulsando los sectores estratégicos determinantes de un futuro al que los cordobeses tienen pleno derecho. Y es que «empezar a construir casas por el tejado» nunca fue recomendable para conseguir algo que no sean bares de efímera existencia, carril bicis o remodelar acerados callejeros anunciados con frases rimbombantes y como si supusiera el Bálsamo de Fierabrás, curativo de todas las dolencias.

Sin entrar en el detalle de si los proyectos eran --o son-- adecuados, los procedimientos para sacarlos adelante nunca fueron, ni serán, ni son los correspondientes a lo que aconseja el sentido común. Lo ocurrido con el último y más reciente proyecto (la cesión de terrenos para el aparcamiento y ampliación del Reina Sofía) es de libro: la publicación de la licitación, y, paralelamente, la contestación ciudadana oponiéndose al planteamiento del proyecto ¿Cómo es posible tal despropósito?

Se puede pensar que la razón, el sentido y la conveniencia están de parte del criterio esgrimido por los responsables del complejo hospitalario o de quienes lo censuran, critican y reprueban; pero lo cierto es que esta ancestral, atávica y «tradicional» falta de consenso y coincidencia es el gran veneno y ponzoña --éste es el significado derivado del sustantivo «virus»-- del que está inoculado esta Córdoba a la que los políticos cordobeses --si es que alguno lo es de verdad y se siente político-- dicen querer tantísimo. La demostración de tal cariño son los ejemplos que se citan al principio de este artículo.

Más que el coste que supuso la sola presentación a la ciudad de los proyectos irrealizados, cifrada en millones de euros, es la sensación de virtualidad que nunca verá el presente, barato efectismo demagógico e inconsistencia de criterio colectivo que proyectan a la escarmentada ciudadanía cordobesa que comprueba, una y otra vez, cómo los esfuerzos representados en el pago de los impuestos --estos sí son colectivos-- se evacuan, improductivamente, por la sucia cañería del desacuerdo, el conflicto y la discordia. Las disputas políticas de las que continuamente hacen «gala» los partidos políticos en los temas que afectan a la que se denomina Marca Córdoba, solo conducen a su desposicionamiento y dilación del medio plazo convirtiéndolo en larguísimo y éste en un infinito inalcanzable.

Y ahora el lector puede hacer, si lo desea, un ejercicio de comprobación: sitúese en la avenida Conde de Vallellano, a la altura de Puerta Sevilla, y dirija su mirada hacia donde se encuentra el hotel Córdoba Palacio. ¿Qué ve? ¿Una mole oscura y oxidada?... Pues créaselo: en ese emplazamiento hotelero debería estar el innovador Ojo del Califa, con sus cambios de tonalidades coloristas según el trayecto del Astro Rey. Lo que, verdaderamente, está viendo el lector es, coloquialmente, el resultado, ennegrecido, de un encabronamiento político. Por eso en Córdoba, las cosas son como son y no como deberían haber sido. Es decir, la ciudadanía ve algo que no es lo que debería ver. ¿Será por eso, por lo que dicen que Córdoba es mágica? Será...

* Gerente de empresa