Permanece sentado todo el día en la acera, bien vestido, sin mirar a nadie, educado, cabello bien cortado, alrededor de los 50, devorando revistas de crucigramas, y con un cartel a sus pies pidiendo una ayuda. Otro, ayer, llama a mi puerta, alrededor de los 60, más que decente, elegantemente vestido, también solicita una ayuda con educación. Igual han agotado las posibilidades de subsistencia, de buscarse la vida o de que se la busquen. Cuando la cuerda de la vida no da más de sí, se rompe por la fibra del orgullo. Recuerdo en París, a la salida del metro en el boulevard Saint-Michel, otra figura parecida, chaqueta y corbata roja, aspecto anamita y camisa blanquísima, un pedigüeño que rompía los esquemas que ahora rompen casi todos. La otra noche, los ciudadanos indignados, con el bastón del ciego que entra en una cacharrería, atizaban contra estas situaciones y otras, quizás los únicos que lo hacen sinceramente aunque de un modo naif y estérilmente invertebrado. Pero las cartas están repartidas y la economía no la haces tú sino que te la hacen economistas de Bruselas, esos que siempre se equivocan y que hoy dicen recorte y mañana gasto; para que no sea así hay que salirse del euro, pero esto no parece advertirlo o exigirlo casi nadie. Mientras, las calles se llenan de mendigos muy bien educados. Unos chicos con pinta de gozar de la vida por imperativo legal leyeron el cartel del mendigo crucigramista y oí que comentaban "¿no te jode? Yo también quiero una ayuda". Sí, hay una pobreza nueva, pero la mala educación es la misma de siempre.

* Profesor