Para nadie es un misterio que el Miércoles Santo es un día muy especial para mí. Lo ha sido desde que recuerdo, unas veces por los motivos propios de un hermano que hace de este día el más esperado del calendario, otras por la tristeza de la distancia y otras por el rechazo a enfrentarme cara a cara con las ausencias.

El año pasado, quizás por la proximidad de las fechas o por la acumulación personas queridísimas y llenas de anécdotas relacionadas con la fecha, las cuales dejaban un hueco insustituible, hicieron que mi (nuestro) gran día fuese una travesía de lágrimas en el desierto, y eso no es lo que merece el Miércoles Santo al menos por mi parte con todo lo que él me ha dado.

Hace un par de días me quede mirando dos fotos que tengo juntas en mi casa, una era yo jurando bandera y me dio mucha alegría verla, la otra estaba con el costal y la faja junto a mi compañero y amigo delante del paso del Cristo de la Misericordia y a punto de meternos bajo las trabajaderas para salir al patio de los naranjos, y me dio mucha pena, ¿por qué?, si los dos recuerdos son buenos.

Vemos fotos o recordamos batallitas con los amigos de situaciones y lugares donde nunca volveremos, nos regocijamos presumimos nos reímos y hasta exageramos, es normal puesto que hemos tenido la suerte de haberlo vivido.

Yo este Miércoles Santo me propongo recordar todo lo que pueda y disfrutar con esos recuerdos que no tiene todo el mundo y que solo tú, querido Miércoles Santo me has dado, quiero recordar la ilusión de mi madre planchándome la esclavina, la cara de orgullo de mi padre la primera vez que me vio salir del paso, el día que lleve a mi hermano por primera vez a un ensayo de costaleros, la ilusión de mi mujer con su emoción de niña, los amigos que nunca me fallaron y cada año y en la misma esquina estaban para darme ánimo, a la tía Carmen capitaneando a todos los López, ofreciendo bocadillos a propios y extraños una vez terminada la estación, la camaradería imposible de entender por quien nunca bajo un paso estuvo la sensación de hacer sonar el himno de todos o la complicidad del compadre.

Es por esto querido Miércoles Santo que ya te espero con impaciencia, para ofrecerte mi homenaje de agradecimiento, sintiendo cierta pena por quienes nunca sabrán lo que tú eres capaz de dar, y mirando a todos los que en el participen deseándoles lo mismo que yo he recibido, lo único que no te aseguro es que alguna lagrimilla se me escape, pero será de emoción por la grandeza del día y de lo que tú mereces. Muchas gracias por todo y hasta el miércoles "La cola está".