Cuando casi todo el mundo está despreciándoos con mucha razón, quiero deciros que, por grande que sea el daño que hicisteis a aquella muchacha, es aún mayor el que os habéis hecho a vosotros mismos. A ella la violasteis externamente solo. Mientras que vosotros os habéis degradado y devaluado interiormente en lo mejor de vuestra humanidad, comportándoos como lobos acorralando a su presa.

No sé si ahora, en algún momento de silencio y soledad en vuestro encierro, habréis tenido el valor de percibir y reconocer vuestra monstruosidad. Lo deseo, aunque es difícil porque ningún ser humano puede soportar verse en la peor versión de sí mismo. Pero, por duro que sea ese reconocimiento, será siempre un triunfo de lo mejor de vosotros mismos contra lo peor de vosotros. Ojalá tengáis ese valor: bajad hasta lo más profundo de vosotros, reencontrad allí esa mejor versión vuestra, hacedla aflorar hasta vuestra superficie, y dejadla que condene la salvajada que cometisteis, pues el placer impuesto valdrá para con los animales, pero no vale con las personas. Ampararse en él, degrada a la otra parte tanto como la misma agresión. Si lográis obrar así, os encontraréis como el que, después de una dolorosa enfermedad, recobra de nuevo la experiencia de la salud plena. Hicisteis una atrocidad de esas que parecen imperdonables. Con la bajeza además de ampararos en vuestra superioridad numérica y física. Eso no es una valentía ni una machada sino una cobardía suprema. Luego de esto, como muestra de que siempre es posible sacar bienes hasta de los males, vuestra brutalidad ha tenido la suerte de despertar un inmenso clamor casi universal: no solo en Navarra, ni solo en España, sino en buena parte de Europa. Un clamor en defensa de la dignidad y la igualdad de la mujer. Ojalá que quienes ahora han gritado con toda el alma «yo te creo», universalicen ese grito, y lo dirijan hacia esas otras víctimas muchos más numerosas y muchos más inocentes, que son todas las chavalas jóvenes víctimas de la trata de mujeres. Todas esas chavalas, de Brasil, de Nigeria, de Rumania... que un día creyeron emigrar buscando una vida un poco más digna, y se encontraron engañadas, apresadas, privadas de documentación y obligadas a prostituirse día tras día. Y que constituye hoy la mayor opresión y la mayor desigualdad de género. Las mafias de ese tráfico son inhumanas y poderosas, son mucho más que una manada: un auténtico ejército diabólico. Y por último, sueño con que algún día vayáis tomando con plena libertad la decisión de escribir una carta a vuestra víctima, pedirle perdón, reconocer vuestra agresión y confesar sinceramente que toda aquella salvajada os causa hoy un inmenso dolor.

* Licenciado en CC. Religiosas