Se te entumecen las piernas y solo llevas unos minutos ahí sentada. Los pies se te han quedado congelados y moverlos no sirve de nada. No puedes evitar poner la mirada una y otra vez en ese pequeño zapato. Debe ser de una niña de unos 3 o 4 años. Al lado hay una pequeña chancla azul del mismo tamaño. Ambas se amontonan junto a otras muchas deportivas y calzado de adultos desparejados. Los pies siguen sin responderte por la baja temperatura. Tratas de no apoyarlos en el suelo porque está helado. La luz del habitáculo es blanca e incómoda. Llevas un buen rato en silencio. Esperando.

De repente suena una estruendosa alarma y te pones en pie hacia donde te han indicado, una puerta metálica que se abre y chirría al tirar de ella. Cruzas y te das cuenta de que estás caminando sobre arena. Tus pies empiezan a recuperar la sensibilidad. Te pinchas. No ves nada porque es noche cerrada. Y todo está en silencio. Solo te llega el murmullo del viento. Te mueves y empiezas a escuchar voces cercanas. Distingues la silueta de una mujer y un niño. La oyes llamarle Manuel. Él no responde. Camina a su lado sin decir nada. Detrás de ellos van más personas. Varios hombres y una mujer anciana con su hija. Se sienta en el suelo y susurra llorando que no puede seguir. Que la dejen allí. Intentan levantarla pero no puede.

El pequeño Manuel mira la escena en silencio. De repente, el atronador sonido de un helicóptero hace que Manuel se lleve las manos a las orejas. Su madre tira de él para que corra. Lo hacen juntos unos metros. Manuel pierde su chancla. Es azul. Pequeña. Como él. Su madre está en el suelo de rodillas con una mano sobre la cabeza y con la otra intentando que el niño adopte la misma posición. Se oyen gritos en otro idioma. Unas luces de linterna le ciegan la vista. No entiende lo que le dicen. Tiene frío. Mira a su madre que está llorando.

La mujer mayor sigue en el suelo. Algunos hombres han huido. Alguno ha perdido sus zapatos en la carrera. Los señores de la linterna levantan a la madre de Manuel. Están armados. Se los llevan. A una sala muy fría en la que ha empezado la escena que acabas de vivir. Has podido sentir el frío de la sala y has notado la tierra bajo tus pies. Has visto la mirada de Manuel y su pequeño cuerpo paralizado. Es una historia real. Como la de millones de familias que cruzan a diario la durísima frontera entre México y Estados Unidos. Historias que el cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu ha recogido en Carne y arena, una experiencia brutal de realidad virtual que te hace sentir el miedo del camino y el frío de la sala. La tecnología al servicio de la empatía. Unas gafas de realidad aumentada para sentir algo parecido a los 67 millones de personas que en el 2017 dejaron sus hogares. Desplazados, refugiados, inmigrantes. Carne y arena.

* Periodista