La vida es un almanaque al que se suelen adaptar los humanos de cualquier época. Tanto que ya sabemos que el 10 de febrero del 2100 un cura recordará en una iglesia católica a su audiencia de fieles que polvo son y en polvo se convertirán porque ese día será Miércoles de Ceniza, lo mismo que me temo que aunque sea Domingo de Resurrección no podré celebrar mi cumpleaños el 28 de marzo de ese final del siglo XXI. Sólo en una isla, como Robinson Crusoe, puede uno vivir la esencia del ser vivo sin más ataduras que la necesidad de buscar de comer para seguir existiendo. Porque al no haber nadie a tu lado no te tienes que preocupar de felicitar por su cumpleaños a tus amigos de Facebook, comprarle los reyes a tus sobrinos, ir a la romería de tu pueblo o sacar los billetes del crucero de verano. Hombre, quizá aunque haya que cumplir a veces sea preferible una vida con almanaque que sin calendario de ningún tipo porque, entre otras cosas, a lo mejor no te aguantas en tu soledad y tienes que reñirte a ti mismo. La isla de Crusoe puede estar bien para unos días, pero ¿cómo iban a olvidar los de Puente Genil y Fernán Núñez que el día 8 fue el Jueves Lardero, que esta noche en Villaralto se celebra el concurso de Carnaval o que, aunque sea Miércoles de Ceniza, el 14 de febrero podremos comer en plan enamorados? Es lo que le ocurre a esos miles de visitantes que miran las fechas de su agenda y deciden venir a Córdoba, la provincia andaluza a la que le dan más nota los turistas que se hacen notar, entre otras cosas, por el sonido de las ruedas de sus maletas. Está bien vivir algo a lo Crusoe, que es la soledad, pero es necesario relacionarse con el mundo, que son los otros, para poder seguir construyendo almanaques en los que permanezca el carnaval, unos días donde la libre expresión se convierte en fiesta. La permisividad, cierto descontrol y relajación de las normas sociales y los disfraces construyen el escenario de una fiesta de almanaque en la que la crítica social se constituye en esencia. Cádiz es el ejemplo de un tiempo que se adapta a prohibiciones y tolerancias donde alegría y tristeza están inscritas en el calendario social de religiones y costumbres, desde las bacanales de griegos y romanos al «que no me conoces» de ahora.