Es paradójico que la «carcoma extremista», como califica Fernando Savater a los nuevos partidos neofascistas y neobolcheviques, se haya convertido en la gran amenaza de Occidente, que estas formaciones estén tan crecidas y apoyadas por los hijos y nietos de quienes protagonizaron el Mayo francés o, desde otro ángulo, la transición política española. A lo largo de los últimos sesenta años «la humanidad entera», en palabras de Eduardo Galeano, se ha aplicado en cuerpo y alma en el relato de los horrores del nazismo y las múltiples caras del fascismo, así como los crímenes y el espanto de la checa estalinista. El periodismo libre, el ensayo político, la literatura, el cine y, en suma todas las artes de nuestro tiempo los han desnudado de tal manera que nos creíamos a salvo de su aliento.

Pero no. Se han adueñado del malestar creciente como consecuencia de la globalización, la crisis y los excesos que traen la abundancia y la desrregulación en tiempos de codicia y ayunos de valores, y escupen al mundo esas inmundicias como prueba de «la depravación de las élites» (la casta o la trama en nuestro caso) a las que pretenden achatarrar a través del uso certero de las redes convertidas en el altavoz del ruido, la sospecha y las mentiras. El suyo es un movimiento subversivo de raíces totalitarias que hace la tenaza desde los medios de comunicación e instituciones donde se han encaramado, por un lado, y desde las tinieblas de la red inundadas de emboscados, por el otro.

Así, por ejemplo, cuando Macron, el candidato demócrata liberal a la presidencia francesa, bendecido por las encuestas, sale airoso de un debate a cara de perro con Le Pen, de repente, su equipo de campaña denuncia «un pirateo masivo y coordinado de documentos contables, contratos y correos electrónicos» que son difundidos masivamente por las redes sociales. Los ruidos -o quien quiera que sea ¿quién?-- han entrado de lleno en la campaña para influir en la fase decisiva de la misma, mientras Marie Le Pen les sigue el hilo y los amigos de Podemos en la Galia miran al cielo divertidos mientras silban. Y si les preguntas dirán de muchas formas algo así como: «Esto no va con nosotros».

Sí, resulta paradójico que nuestras democracias, además de estar sometidas a una intoxicación creciente por ideologías herederas de aquellas que ejercieron las prácticas políticas más funestas, se muestren incapaces de rechazar (comienzan a tolerar) prácticas ilegales y mafiosas que influyen de manera decisiva (observemos Estados Unidos) en el voto ciudadano. En Francia, las autoridades y grandes medios de comunicación han decidido silenciar hasta pasado este domingo los documentos robados y lanzados a las red por hombres tapados. Es solo un parche para sujetar tantas atmósferas de fuerza como traen los perversos. Pero nos avisan de cómo se comportarían con nosotros si llegan a los gobiernos más decisivos del mundo.

* Periodista