En todas las culturas se ha ejercido una actividad empresarial: para producir tejidos, alimentos, carros, armas de guerra, viviendas. Cada cultura lo ha hecho a su manera. Antiguamente la mano de obra era aportada por los esclavos, otras veces por los prisioneros de guerra, o por los siervos. La separación entre dominadores y dominados se establecía por relaciones étnicas, de familia, de religión. Cada cultura lo hacía a su manera, y a su aire, pero en todas ellas ha tenido lugar la producción de bienes y servicios, y la acumulación de los excedentes en favor de unos en mayor cuantía que en favor de otros.

El capitalismo tal como hoy lo conocemos arranca hacia 1750. Coincide con el nacimiento de la produccíón industrial. El capitalismo ha configurado unas especiales características que le son propias, y lo contradistinguen de otras culturas. Es importante identificar estos caracteres propios para comprender gran parte de los fenómenos que ocurren en nuestro entorno.

Al pensar en el capitalismo pongo la atención en todas las empresas que existen en esta etapa de la historia. Da lo mismo que sean empresas públicas o privadas; que se ajusten a la normativa legal del Código de Comercio de los países de mercado libre, o que estén regidas por legislaciones donde solo se admite la propiedad estatal de los medios de producción; que adopten la figura jurídica de sociedad anónima o de cooperativa. No son más que variantes de un mismo fenómeno. Los kolhozes soviéticos, los kiboutzs israelitas, las cooperativas europeas, las multinacionales norteamericanas, responden a los caracteres propios del capitalismo, aun cuando el sistema de votación de los órganos colegiados, o la apropiación de los excedentes tenga variantes entre un modelo y otro. ¿Cuáles son, pues, las características esenciales que definen el capitalismo tal como hoy lo conocemos?

La incursión de una cultura capitalista en el mundo occidental ha supuesto un cambio sustancial en la concepción de los procesos de creación y acumulación de la riqueza. Me atrevo a afirmar que lo característico del sistema de producción capitalista no es el hecho de la propiedad privada de los medios de producción, ni la apropiación de los excedentes por parte de la propiedad. Tanto un hecho como otro existían ya antes de la incursión del capitalismo en la historia. La nobleza de los tiempos del Renacimiento y el Barroco era igualmente la propietaria de la tierra, y se adueñaba de los excedentes. La novedad sustancial que ha aportado la cultura capitalista ha sido un cambio en la comprensión de la razón de ser de la empresa.

En la etapa precapitalista, los procesos de producción se justificaban por la exigencia de satisfacer las necesidades vitales y el lujo. La sociedad requería alimentos, tejidos, casas; y las clases dominantes, armas, castillos, palacios, y objetos decorativos. En la cultura capitalista se siguen requiriendo estos bienes y servicios de necesidad o de lujo. La diferencia sustancial está en que la razón de ser de las empresas capitalistas no es primariamente la fabricación de tales bienes y servicios, sino la multiplicación del ahorro, de los que ahorran.

El objetivo primordial de las empresas, en la cultura capitalista no es satisfacer las necesidades o el lujo de sus clientes. Eso lo suelen decir los spots publicitarios, pero no es verdad. El objetivo primordial de las empresas es aumentar el valor del patrimonio de los propietarios del capital. Los fabricantes de tejidos no están preocupados precisamente por que los demás podamos pasar frío. A los fabricantes de pan no les motiva el que los demás podamos tener hambre. Lo que motiva a todos ellos es que vendiendo ropa o pan pueden ganar dinero. Como además el valor del dinero se deprecia con el tiempo, el sistema capitalista obliga a que los excedentes del proceso productivo se acumulen al capital inicial, incrementando su valor nominal en mayor grado que la depreciación que sufre por la inflación.

Esta crítica del capitalismo no nos puede llevar a ignorar su éxito histórico. Precisamente este cambio en la concepción de la razón de ser del sistema productivo es lo que ha permitido incrementar la riqueza acumulada mundial de forma espectacular. La acumulación de riqueza que se ha conseguido en 250 años de capitalismo, no se había conseguido en 5.000 años, pero su distribución presenta desigualdades escandalosas. El informe de Oxfam Internacional de 2016 presenta unos datos que son simplemente escalofriantes:

- En 2015, solo 62 personas poseían la misma riqueza que 3.600 millones (la mitad más pobre de la humanidad). No hace mucho, en 2010, eran 388 personas.

- La riqueza en manos de las 62 personas más ricas del mundo se ha incrementado en un 44% en apenas cinco años, algo más de medio billón de dólares (542.000 millones) desde 2010, hasta alcanzar 1,76 billones de dólares.

- Mientras tanto, la riqueza en manos de la mitad más pobre de la población se redujo en más de un billón de dólares en el mismo periodo, un desplome del 41%.

Esta es la cara y la cruz del capitalismo. Es el momento de reflexionar sobre las posibilidades que puedan tener los movimientos socialdemócratas de mantener los éxitos del capitalismo en la creación de riqueza y revolucionar la desigualdad a que ha dado lugar.

* Profesor jesuita