La huida de Carles Puigdemont se parece a la del cobarde capitán del Costa Concordia, que saltó del barco el primero después de haberlo hundido. El comandante Francesco Schettino y el expresident de la Generalitat parecen tener en común que ambos aprecian los títulos y los galones pero no quieren cargar con las consecuencias de sus actos. Puigdemont, que pide al pueblo catalán que «resista» (como si hubieran llegado las tropas napoleónicas) escapa en el interín a Bruselas y ofrece una conferencia de prensa delirante en la que dice que no está seguro de que se respeten sus derechos. Desde luego él, que no ha respetado la ley y que ha abierto un cisma en Cataluña y un grave problema institucional en España, se beneficiará del estado de derecho español y de todas sus garantías. Pero dejemos de lado sus mentiras --en las que le ayuda nuestro fiscal general con su «más dura será la caída», del género tonto--, que este texto es muy corto. El piloto suicida de la declaración unilateral de independencia se asombra de que la gracieta de declarar la república porque sí tenga consecuencias. Los líderes de los movimientos ciudadanos Omnium y ANC están en prisión preventiva en Soto del Real mientras el exhonorable quizá espere tan ricamente en Bélgica, si se lo permiten los sufterfugios legales, a que se celebren las elecciones del 21-D. Dinero tendrá para mantenerse. O pasará el cepillo como Artur Mas.

Ay, qué poca sustancia y no digamos valentía tienen estos héroes modernos, estos descarados niños bien «pacifistas» que quisieran llegarle a Ghandi a la altura de la uña del pie. Mañana, día de los Difuntos, los líderes de esta patraña insensata están llamados a declarar, unos ante el Supremo y otros ante la Audiencia Nacional. A ver qué pasa.