Durante bastantes años hemos vivido entre la dialéctica del socialismo y del capitalismo. Todo empezó cuando allá, a mediados del siglo XIX, un alemán afincado primero en ParIs y luego en Londres, puso todo su esfuerzo intelectual y político en desmontar los supuestos culturales de la sociedad en la que le había tocado vivir. Carlos Marx procedía de una familia acomodada de la pequeña ciudad de Treveris (en la frontera actual de Alemania con Luxemburgo), y su padre, de profesión abogado, bien relacionado con la sociedad local, lo envío a estudiar a la Universidad de Berlín. En aquel entonces el mundo intelectual alemán estaba dominado por el pensamiento de Hegel: un intento fabuloso de crear un sistema estructurado de ideas que dieran una explicación razonable de la historia, de la política y del universo. El joven Marx participa en las tertulias intelectuales de un grupo de profesores universitarios que, a partir de los supuestos intelectuales de Hegel, ponen en cuestión toda la cultura dominante, sea religiosa, sea política, sea social. Este grupo, denominado la izquierda hegeliana, pasa a ser la bestia negra del poderoso Bismark. Así, al terminar sus estudios en Berlín, Marx entra en conflicto con la policía alemana, y tiene que exilarse a París.

Marxismo sí, marxismo no; socialismo sí, socialismo no; capitalismo sí, capitalismo no. Esta es la dialéctica que durante cien años ha vivido el mundo entero. El desmantelamiento de la Unión Soviética hizo pensar a más de uno que esta dialéctica había terminado y que ya no quedaba más que un sistema válido: el capitalismo de libre mercado.

La disolución de la Unión Soviética puso de manifiesto las contradicciones internas de un sistema político totalitario, la ineficacia de una administración publica absorbente, incluida la corrupción de sus agentes. Pero no constituye en forma alguna una confirmación de la validez de los supuestos culturales, y económicos de la posición contraria.

Hablando más claramente, digamos que en la década de los 90 puede que hubiera terminado la dialéctica entre el socialismo totalitario y el capitalismo. Pero no terminó el análisis crítico del capitalismo como sistema. La historia continúa. El que uno de los extremos del arco ideológico se haya autodisuelto, no significa que el otro extremo sea la expresión de la única verdad. Si la ineficacia y el totalitarismo dieron al traste con uno de los modelos, no elimina la necesidad de un autoanálisis crítico del capitalismo como sistema no solo económico, sino cultural.

El sistema económico imperante, que sin duda alguna es el sistema capitalista y de libre mercado, ha llevado a todos los pueblos a una situación de inviabilidad generalizada, que solo los ciegos y los sordos pueden ignorar. Por una parte cuatro quintas partes de la humanidad retroceden de año en año en su capacidad de usar los bienes y servicios que la naturaleza y la técnica pone a disposición, no solo de los ricos, sino de las personas normales. El problema del Tercer Mundo es insoluble mediante la aplicación de los principios de la economía de libre mercado. El desequilibrio entre los países llamados desarrollados, y los subdesarrollados no camina a reequilibrarse, sino todo lo contrario, a desequilibrarse todavía más.

Las acciones que personas de buena voluntad y con espíritu solidario emprenden, me refiero a las ONG y demás asociaciones humanitarias, acuden loablemente a resolver problemas puntuales aquí o acullá. Es una actividad que ennoblece a quien la hace, pero que deja el problema intacto. Dentro de cien años, por el camino que vamos, estas asociaciones seguirán recogiendo medicinas y comida para subvenir a necesidades emergentes.

La limosna, al fin y al cabo, se trata de una limosna, no ha sido inventada por nuestra generación. Cuando no existía la Seguridad Social, personas de buen corazón ejercían la limosna para atender a enfermos y necesitados pobres. Sin embargo, el problema no se atacó en sus raíces hasta que no se puso en marcha la Seguridad Social obligatoria.

El problema del desequilibrio mundial no será atacado en sus raíces mientras no se revisen los criterios de selección de inversiones practicado por la economía de libre mercado. Son los propios modelos de toma de decisiones que se manejan, y que se enseñan en las Facultades de Economía los que están en la raíz del asunto. Y su revisión no pasa ya por el principio de la lucha de clases, sino por la crítica intelectual de los supuestos culturales en que se asientan. La actual crisis económico-financiera nos está situando ante una nueva dialéctica, poder del Estado versus poder de los mercados. El entramado financiero internacional ha sustraído la regulación de los mercados al poder de los Estados aisladamente considerados. Lo que se hizo en cada Estado con una legislación reguladora del trabajo, la educación, la Seguridad Social, hoy es preciso hacerlo a nivel mundial. La incapacidad del sistema capitalista de libre mercado para asumir esta regulación social a nivel global es la razón de su debilidad histórica.

* Profesor jesuita