Ya cantó la gallina también en Francia. Y eso que por allí uno de los símbolos --no oficiales-- es un gallo, no una gallina, pero tanto monta. Llegó François Hollande y a la izquierda española se le hizo el pubis --o como se llame-- cocacola porque la República por antonomasia había parido ¡por fin! un John Kerry europeo. John Kerry, ¿que no se acuerdan? Sí, aquel candidato demócrata a la Casa Blanca por el que bebían los vientos todos los medios progresistas de este país- pero que no ganó, lástima. Decía que se nos apareció Hollande, un tipo que cae bien, con su eterno terno oscuro que sólo le falta el cuello duro y el lacito para parecerse a Mortadelo, un sujeto serio --que no aburrido, y ahí están las excelsas mujeres de su vida-- y firme que se oponía a Angela Merkel. Pero llegó la hora de los presupuestos y cantó la gallina o el gallo francés, y donde en los lemas de siempre ponía "Je veille pour la nation " (velo, o vigilo, por la nación), ahora dice, el gallo, digo, "a apretarse el cinturón". Y esto es lo que nos tiene en un perplejo sindiós, por qué no dimite. Si Hollande, igual que antes Zapatero y Rajoy, reconoce que tiene que hacer recortes bestiales a pesar de haber dicho lo contrario, y, lo peor, ¡contra su voluntad! ¿por qué no dimite?, ¿por qué no se van todos? Cuando creíamos que la Merkel había encontrado la horma de su zapato y la izquierda europea su referente, ¡otro que se la envaina! Entre todos nos van a convencer de que no hay más política que los recortes y que la Merkel es su profeta, digan lo que digan. Por eso la caricaturizan tanto.

* Profesor