El guía de los paseos por la Córdoba gongorina de Ricardo Molina se para en la puerta del Perdón de la Mezquita-Catedral donde el Día de los Santos la Orquesta de Córdoba y el Coro de Ópera Cajasur interpretaron el Réquiem de Mozart. Aún resuena en el Patio de los Naranjos el lux aeternam luceat eis, Domine de la soprano cuando la torre, iluminada, se levantaba hacia el cielo, como la palmera, los cipreses y los naranjos, y como ahora, desde fuera, donde se contempla una belleza de siglos, de arquitectura, pintura y poesía, como la tuvieron que admirar Góngora y Ricardo Molina, el poeta de Cántico cuyo centenario se celebra este año. El coro canta el rex tremandae majestatis en este espacio de belleza propiedad de la humanidad que es la Mezquita-Catedral, situada en Córdoba, una ciudad que empieza a sentir quizá como lo hicieron, de forma adelantada en su día, los componentes de Cántico, aquellos poetas parecidos a Góngora, la estrella inextinguible. Por Ronda de los Tejares no es que caminara Góngora, aunque aquí sí estuvo enclavada la plaza de toros, de los que era aficionado, como filotaurómaca era toda la España de entonces. Pero estos días, desde el 23 de octubre hasta mañana, la Real Academia de Córdoba, cuya actividad se parece a la lux aeternam del Réquiem de Mozart por su contundencia continua, ha organizado en la sede de la Fundación Cajasol, en esta avenida, un homenaje a Cántico en el centenario de Ricardo Molina y Miguel del Moral que ha consistido en una exposición y en un catálogo. Córdoba no está en dies irae, dies illa, aquellos días de ira de cuando la ciudad lampaba porque vivía sometida a la «bondadosa» mano del dinero ajeno sino que se ha puesto a dejar constancia de sus genuinos e imprescindibles artistas, como Góngora, cuya Cátedra se encarga de resucitarlo cada día, o Ricardo Molina, de Cántico, que hace ahora cien años de su nacimiento, lo que nos ha recordado la Real Academia, o la belleza arquitectónica y musical de la Mezquita-Catedral, que cada año, por Los Santos, nos la hace presente el cabildo catedral y el obispado con el Réquiem de Mozart. El mantenimiento de la belleza se convierte en un cántico que une criterios.