Hay candados en los barrotes del Paseo de la Ribera. Candados pequeños y no tan pequeños marcados con tinta permanente de rotuladores juveniles y no tan juveniles. Iniciales de amantes expuestas a la intemperie, fechas de primeros besos apresadas junto al calmo fluir del río. Metálicos restos de emparejamientos tan eternos que solo duraron semanas. Candados.

Poner el candado en la barandilla y tirar la llave al agua. Eso es. Dicen que la costumbre de expresar el compromiso perpetuo con la persona amada previo paso por una ferretería viene de Roma. Un libro tirando a empalagoso, Hoy tengo ganas de ti de Federico Moccia, y la película basada en dicha obra (2006) suelen mencionarse como referentes inspiradores del numerito que en varias capitales ha acabado convirtiéndose en un problema.

El ayuntamiento de París intenta frenar la almibarada moda de los candaditos tras el derrumbamiento de una reja del Puente del Arte. Setenta toneladas de frenesí hortera son muchas toneladas. El municipio sustituyó el enrejado por paneles de cristal sin superficie donde colgar nada. Da igual. No hay barreras para el deseo de testimoniar que lo nuestro es para siempre. Ni caso a las pancartas que ruegan que el amor sea expresado de un modo menos pesado. El férreo alud de candados ha caído sobre otros puentes de la capital gala para beneficio de los vendedores ambulantes que comercian con variopintos cerrojos y urgencias sentimentales en el área del Sena.

En Roma se cortó por lo sano para librar de carga romántica el Ponte Milvio. Racimos de cerraduras brotando de la simiente siempre viva de lo cursi. Mirando las fotos parece que un loco las hubiera apiñado con ensimismamiento enfermizo por culpa de una extraña obsesión.

Los candados no se amontonan a la vera de nuestro Guadalquivir. De hecho puede que ustedes ni se hayan dado cuenta de que los hay. No son muchas las parejas empeñadas en dejar entre las rejas de la Ribera la prueba física de lo mucho que se aman. Ahora bien, yo iría quitando poco a poco. En este tiempo de omnipotencia de las redes sociales la cosa funciona por imitación y sería bueno eliminar los modelos aunque no sean muchos. Más allá de lo puramente patrimonial y estético está la dimensión simbólica. El candado como emblema inconsciente de relaciones cerradas a la fuerza. El candado como materialización del afán posesivo que enturbia el vínculo con la otra persona. Candados que aprietan hasta que duelen. Candados que otorgan tóxico poder al dueño de la llave. Candados como iconos del amor grandilocuente y pringoso que embadurna ciertas historias para público adolescente y no tan adolescente. Candados feos.

* Profesor del IES Galileo Galilei