En mayo pasado, David Cameron presentaba una batería de medidas legislativas para "hacer del Reino Unido un país menos atractivo" a la inmigración ilegal. Con su mayoría absoluta, el primer ministro británico se siente fuerte para limitar la llegada de inmigrantes y refugiados. Sin embargo, la realidad es muy tozuda y se impone, como demuestran los miles y miles de personas que esperan en la costa francesa su oportunidad, muchas en condiciones infrahumanas, para cruzar el Canal de la Mancha a través del Eurotúnel pese a los graves riesgos que comporta. Su objetivo es buscarse una vida que, por muy mala que sea, siempre será mejor que las guerras que han dejado atrás. La muerte de una de estas personas en el Eurotúnel, la novena en las mismas circunstancias en dos meses, nos recuerda que el drama de la inmigración no solo se produce en Lampedusa, las islas griegas, la frontera entre Hungría y Serbia o en Ceuta y Melilla. El aumento de la inmigración hacia Europa es un fenómeno que necesita la adopción de políticas comunes capaces de dar una respuesta digna a estos miles de refugiados. Pero la UE sigue empeñada en no afrontar la realidad. Este caso podría abrir una crisis diplomática entre Francia, harta de "hacer de policía" y el Reino Unido, que acusa a París de laxitud. Lo que ni unos ni otros quieren ver es que estos flujos no se detendrán.