El sábado pasado tuvo lugar una manifestación en la ciudad de Córdoba que llevaba por lema la defensa del mundo rural y sus tradiciones a la que asistieron desde todo el territorio nacional representantes del mundo de la caza deportiva, de las rehalas de perros de caza, de la pesca deportiva, del silvestrismo (captura de aves), de la tauromaquia e importantes empresarios agrarios y ganaderos. Según manifestaron a los medios, estaban ya cansados del acoso que soportan de los movimientos ecologistas y animalistas.

Nosotras entendemos que quizá no se trate de un acoso, sino del mundo que avanza inexorablemente como un tren en marcha y que es observado por algunos desde su estación sin ningún ánimo de montarse porque tienen cierto recelo a viajar.

Es curioso que los participantes de dicha manifestación aleguen que se les está haciendo «daño» (sic.) cuando precisamente las actividades a las que representan son esencialmente dañinas. Matar animales como actividad «deportiva» como hacen la mayoría de cazadores o por simple diversión para el caso de la tauromaquia o capturar aves silvestres para enjaularlas no son precisamente las tareas más beneficiosas que uno pueda imaginar. En cuanto a los importantes empresarios agrarios y ganaderos, tampoco es que generen provechosas ventajas para la población rural, antes al contrario, puesto que generalmente suelen desplazar y acabar con las pequeñas explotaciones ganaderas y agrícolas que suelen dar sustento --y lo que puede ser más relevante: autonomía-- a una o dos familias, sin contar con la pérdida de los cultivos tradicionales, semillas locales, pérdida de biodiversidad agrícola y ganadera, imposición de monocultivos y sobreexplotación de acuíferos.

En cuanto al aspecto económico que igualmente invocaron los manifestantes --que dicen generar riqueza-- tampoco se consigue ver dado que, por ejemplo la actividad cinegética termina generando las ganancias principales para los dueños de los grandes terrenos convertidos en cotos de caza, fomentando más diferencias económicas entre los históricos poseedores de tierras y los meros usuarios que dejan el dinero que tanto trabajo les cuesta ganar en manos de los grandes propietarios --esto suele ocurrir para la caza menor puesto que si hablamos de caza mayor, directamente se manejan cifras difícilmente alcanzables por un usuario medio--.

Los problemas del mundo rural no son los que alegan los manifestantes, sino otros entre los que podríamos destacar la globalización y traslocación de la economía, el urbanismo insostenible e innecesario, la gestión de los recursos desde altas cotas de poder, la falta de presupuestos destinados a actividades culturales y a arraigar a niños y jóvenes con su tierra para que se sientan orgullosos, la falta de centros de educación (colegios e institutos) y la precariedad de la red sanitaria. ¿Cuál es entonces el mundo rural que sí queremos conservar? Es aquel que respeta el entorno y todos sus habitantes, que se adapta a los recursos existentes, que genera una infancia libre, una infancia que explora, donde hay cocina tradicional, «platos de la abuela», jueces de paz, comunidades de regantes, asambleas populares, fiestas respetuosas, donde se conversa y se habla y se resuelven problemas mirándose a los ojos, donde se conoce de verdad a los vecinos, donde se sabe si va a llover contemplando el cielo y los pájaros, donde las noticias no las dan sólo en televisión, donde se intercambia y se presta, donde hay comercio de proximidad, productos locales, donde no se altera el paisaje de forma salvaje, donde se desarrolla una vida más simple, sin excesos consumistas, en conclusión, donde se es un poco más feliz.

Lo bonito sería (y por lo que algunas luchamos) que se importara todo ese mundo rural a las ciudades, y el entorno adecuado son los barrios, pues ¿qué son los barrios que pueden contar con unas cuantas parcelas de tierra sino pequeños pueblos dentro de la ciudad?...

El mundo rural que hay que defender no es el mundo cerrado y estancado en el pasado sino el que progresa y está abierto y tiende la mano a una cuestión que suena a moderna: la empatía.

* Abogado y técnico superior en Gestión Forestal y del medio natural, miembro de EQUO