Cuando el camino se estrecha de tal forma que el final se hace invisible. Es cuando entra un amargo regusto en la boca, que el mejor bocado se convierte en estropajo. Las aspiraciones se convierten el huevos hueros, y todo lo que nos rodea, pierde su sentido. Como si estuviera muerta la ilusión. Ya Ortega en El Espectador, y concretamente en Meditaciones desde el Escorial, nos lo describe magistralmente, cuando habla del Quijote, una vez que es vencido en la playa de la Barceloneta por el Caballero de Blanca Luna... Ya no sabe el por qué de sus esfuerzos. El por qué de sus trabajos. La Venta no es Castillo, los Molinos no son Gigantes, y la piara de borregos han dejado de ser Ejércitos indomables... Entra en la melancolía... que hoy llamamos depresión. Cuando la vida se acartona como caballo de tiovivo, y así llega el final irremediable. Donde esa muerte a que he hecho mención, sin darte cuenta apenas, en algunos casos nos salva de la vida. Una vida que queda truncada, varada con barca en la arena de la playa, padeciendo las consecuencias de los errores cometidos anteriormente. Porque la equivocaciones se pagan muy caras, las decisiones, donde no se tuvo proyección de futuro, donde lo inmediato no nos permitió vislumbrar trágicas consecuencias. Máxime cuando estás provocaron dolor, ruina y desamparo a las personas de nuestro entorno inmediato Y también a terceros inocentes, víctimas de nuestro proceder, en muchos casos altanero y egoísta.

Ante esta situación dramática. Como quien escala una montaña, en plena ventisca, y entre todas las adversidades que la Naturaleza es capaz de desplegar de forma despiadada, siempre nos salva El Amor... El Amor de un hombre, mujer, un compañero o compañera de viaje..., de un hijo... De alguien por quien luchar, ante los intrincados caminos, veredas o sendas de la vida. Pero cuando el Amor falla, cuando nos damos cuenta de que estamos solemnemente solos, es cuando la cruda realidad, muerde inmisericorde, y ya nada tenemos en las manos para sostener, apoyar, que se nos han quedado vacías, sin nada que entregar, como dice Revolver. Llegamos a casa de noche, sin nadie que nos espere, ni nadie a quien esperar. La soledad sonora que define Antonio Gala magistralmente.

Entonces, es cuando se pueden tomar decisiones equivocadas, que nos conducirán a lo irremediable, sin marcha atrás. Un viaje en la noche, fuera del entorno, fuera de tu historia personal. Despedidas cargadas de silencios que se cortan con un cuchillo jamonero, donde las palabras ya carecen de sentido y sentimientos. Un amanecer gris entre montañas y bosques preñados de vidas ocultas, la Sierra de Córdoba. Siempre Córdoba... Y un rifle, que fue compañero inseparable de días inolvidables de recreo. También ejecutor en la muerte de seres indefensos, inocentes, ya perdidos en la memoria. Un número de teléfono. Un encargo precipitado. Un disparo, tras instantes que no se pueden describir, salvo el que los vive. Dolor, mucho dolor. El final después del final. ¿La Nada tal vez? El trágico camino sin retorno de la muerte.

Ya no hay periodistas. Programas de televisión despiadados. Juicios interminables en los telediarios del medio día... Y de la noche..., la farándula de los que mean colonia, políticos oportunistas, ganadores de ventaja, los insultos de quienes por tu culpa lo perdieron todo. Horas interminables en desmenuzar lo ocurrido. ¿Por que tanta avaricia, para al final perderlo todo en todo? Hasta la propia vida. ¿Y el Amor dónde se esconde...? ¿Y tanta tarjeta black repartida entre amiguetes? ¿Y dónde está toda esa gente que te adulaba como coro de grillos en la noche...? La soledad del que se acaba a sí mismo, porque ya no se ve otra salida. Cuando, en realidad, siempre la vida nos da una o muchas oportunidades. Otros paisajes, personas, encuentros. Un nuevo Amor. La Esperanza, enemiga de la melancolía. Paz y Bien.

* Abogado y académico